martes, 23 de junio de 2020

TEATREANDO: “EL APLAUSO”


Hoy en día tenemos la costumbre de aplaudir para expresar nuestro apoyo o regocijo ante algo, pero esta tradición es muy antigua... Los griegos expresaban su aprobación a las obras de teatro vitoreando y aplaudiendo. Los romanos chasqueaban los dedos, aplaudían y hacían ondear la punta de sus togas, o bien, sacudían tiras especiales que se distribuían entre el público para tal propósito.
En el siglo XVII, chiflar, pisotear y aplaudir era lo correcto para mostrar aprobación a un espectáculo. Tales prácticas se observaron también en las iglesias durante un tiempo, pero cuando el clero prohibió estas manifestaciones, toser, tararear o soplar por la nariz pasaron a ser la forma en que se aprobaba un sermón brillante o un coro bien entonado. 
La psicología afirma que cualquier forma de aplauso satisface la necesidad humana de expresar una determinada opinión, y además da a la audiencia la sensación de que está participando. Palmear una mano contra otra para expresar aprobación posiblemente se derive de palmear la espalda de alguien cuando lo felicitamos. Como los espectadores no pueden palmear a los actores en la espalda, aplauden. Aplaudir también es una forma de expresar la emoción reprimida o el deleite. Los niños y los chimpancés lo hacen espontáneamente.  
Muchas veces vemos a gente que es llevada en distintos transportes, (previo pago de dinero en efectivo o algún otro tipo de aliciente para que vayan) hasta un lugar donde algún político o sindicalista habrá de dar un discurso y allí aplaudirlo hasta justificar dicho pago. 
Sin embargo esta metodología no es nada nueva.  Desde la época del Imperio Romano se contrataban personas para que aplaudieran durante un evento. El emperador Nerón pagaba a casi 5,000 plausores para que aplaudieran sus apariciones en público.
Se practicaban dos tipos de aplausos: imbrex, con las manos ahuecadas, y testa, con las manos planas.
Dentro de cada cultura, sin embargo, el aplauso suele estar sujeto a ciertas convenciones. Los antiguos romanos tuvieron un conjunto ritual de aplauso para las representaciones públicas, expresando diversos grados de aprobación: golpear los dedos, dar palmadas con la mano plana o hueca, o agitar el faldón de la toga, lo que el emperador Aureliano sustituyó por pañuelos (orarium) que distribuyó entre el pueblo. En el teatro romano, al final de la obra, el protagonista gritaba Valete et plaudite! y la audiencia, guiada por un corego no oficial, coreaba su aplauso antifonalmente. Esto a menudo era organizado y remunerado. 
Con la proliferación del cristianismo, las costumbres del teatro fueron adoptadas por las iglesias. Eusebio cuenta que Pablo de Samósata animaba a la congregación a aplaudir sus sermones agitando sus ropas de lino, y en los siglos IV y V el aplauso de la retórica de los sermones populares, se había convertido en una costumbre habitual. El aplauso en las iglesias terminó sin embargo pasando de moda y, en parte debido a la influencia de la atmósfera casi religiosa de las representaciones de Wagner en Bayreuth, el espíritu reverencial que inspiró este decaimiento pronto se extendió a los teatros y salas de concierto.
El aplauso indiscriminado es ampliamente considerado una violación de la etiqueta concertística de música clásica. Ha habido cierto número de intentos de restringirlo en diversas oportunidades. Por ejemplo, los teatros de Berlín prohíben el aplauso durante el espectáculo y antes de la bajada del telón.
Las personas sordas tienen su forma de aplaudir o de dar su ovación ante lo presenciado. Ya que el aplauso es algo sonoro, y ellos no pueden escuchar su aplauso, lo que hacen es alzar las manos y moverlas en el aire, expresando su aprobación.
Más tarde, con el paso de los siglos, se recurrió al truco de colocar entre el público a personas contratadas para aplaudir llamadas claque, palabra francesa que quiere decir aplaudir y animar a los espectadores a que siguieran su ejemplo.
Esta costumbre se extendió en los teatros de Nueva York, en el Metropolitan Opera House y todavía era común a principios del siglo en los teatros europeos.  Algunas veces, claques rivales, también eran contratados por la competencia, pero para silbar en una misma obra.
Así pues, queda expuesto que no es precisamente actual, el hecho de llevar público a algunos actos, por ejemplo programas de televisión, para que aplaudan (o se rían a carcajadas) cuando se les pide... Aunque otros optan por algo más sencillo y sueltan los conocidos aplausos encintados o grabados.
A pesar de haber sido tan vituperado aquel acto sincero de agradecimiento por parte del público, suele ser -para los teatreros de alma- el más exquisito e inigualable premio por su trabajo.

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