domingo, 22 de enero de 2017

Cuento de humor

REVOLUCIÓN A LA FRANCESA CON PAPAS
(María Anto, nieta de Austria y Luis el de las 16)


Según el renombrado historiador Ivan Dosalilo, autor de afamado libro “Elementos en descomposición, envejecidos, rotos y en absoluto desuso, que ya no logran desempeñar su función como deberían y que además no gustan ni agradan” cuyo subtítulo era "Porquerías, báh”, expresa y por ende rebate a muchos historiadores, que María Antonieta, la reina de Francia -quien fuera tristemente recordada al igual que su marido, por haber sido decapitada en la no menos mentada revolución francesa-,  se llamaba en realidad María Anto y era nieta de la vieja
Austria, su abuela.  De allí la confusión por la que se la conoció como María
Antonieta de Austria,  
Su marido era el rey Luis XVI (que significa: equis, ve, i), nombre éste por el que Iván también fue refutado por sus colegas, quienes a su vez volvieron a ser refutados por Iván y así estuvieron durante un par de horas refutándose unos a otros, ya que según plantea en su libro, se llamaba simplemente Luis y le decían dieciséis, porque era la hora en que solía volver de su trabajo de rey, exactamente a las cuatro de la tarde, cansado y de muy mal humor.  
Según Iván, la verdad histórica no reside en los tantísimos escritos de los historiadores y cronistas de la época, sino que se apoya más en las paredes -sobre todo cuando el alcohol había hecho estragos con su ya de por sí, deplorable humanidad-, y más precisamente en las paredes de los baños, donde según decía y vomitaba en dichas circunstancias, se encontraban los verdaderos testimonios de la sabiduría popular y de los sentimientos de dolor, angustia, poética escatológica, y mucho enfado expuesto en verso... sobre todo cuando no había papel.  
Claro está, que eso ocurría en los baños.  Pero la mayoría del pueblo no gozaba de ese lujo  y mucho menos de redes cloacales, por lo que en el París de aquella época, la gente solía hacer sus necesidades en vasijas y recipientes y dichas deposiciones, eran luego arrojados por la ventana hacia la calle, gritando previamente  -¡Aguas abajo!- para que no haya desprevenidos.  
Aunque de vez en cuando los había, sobre todo los que tenían algún problema auditivo y no escuchaban la advertencia.  El grito que proseguía de inmediato, solía ser un afectuoso saludo a toda la familia del lanzador en cuestión, incluyendo a algunas mascotas de la casa, más comúnmente, a la lora.
Todas esas narraciones que Iván hace en su libro, podrían haber sido consideradas como triviales e insignificantes nimiedades, si no hubiese sido por esos pequeños detalles que Iván relata en cuanto a la intimidad e infidelidades de María Antonieta, que penetraron muy profundamente en la idiosincrasia francesa, en el pueblo mismo, y sobre todo en la misma María.
Iván Dosalilo se convirtió de pronto en el líder de la prensa clandestina del momento (algo así como un paparazzi o chimentero de las celebridades de la actualidad) y comenzó a relatar las aventuras de la emperatriz, quien casada con el soberano desde los 16 años, se aburría soberanamente con él, y pronto comenzó a salir de incógnito por las noches, oculta tras una máscara de terciopelo o un antifaz de satén, a frecuentar tabernas de mala fama, para resarcirse buscando algo más que simples galanterías.
Aquellas reseñas periodísticas, salpicaban a casi toda la corona francesa, salvo cuando las vasijas o recipientes anteriormente mencionados eran pateados accidentalmente.  Era entonces cuando ya salpicaban a todos.
Por aquellos días, en el pueblo no sólo no le tenían el menor aprecio a María Antonieta, sino que además nadie la apoyaba.  En cambio en palacio, era sabido y muy comentado, que solían ser muchos los que la apoyaban.
Se la vinculaba con su cuñado (el hermano de su marido Luis) el conde de Artois, y hasta con el conde austríaco Axel de Fersen,  pero luego la historia demostró que no fueron más que calumniosas mentiras que intentaban denigrarla, porque no fue con él, sino con todo el resto.
Según su libro "Porquerías, báh", Iván describió en forma detallada, el escándalo de una tarde de lujuria en el palacio de Versalles, protagonizada por María Antonieta y el conde de Artois, con varios coprotagonistas y unos cuantos extras, que según cuenta Iván, pudo haber sido el comienzo de la famosa revolución francesa, con su célebre frase "Iván... a perder la cabeza"
Famosos son los perfumes franceses, cuyo origen se debió en gran medida a que por aquella época la gente no solía bañarse más que una vez por semana o cada quince días (en el caso de los muy pulcros y púdicos), por lo que los perfumes resultaban absolutamente imprescindibles, para lograr subir las enormes escalinatas de palacio por el medio de ellas, ya que intentar hacerlo detrás de alguien, resultaba imposible por la baranda.  
Esa tarde, el Conde de Artois quiso sorprender a María Antonieta con un nuevo perfume, cuando ésta se estaba preparando para tomar su baño de inmersión, a pesar que los médicos le habían recomendado no tomar tanto.
El conde entonces, se escondió detrás de unos largos y pesados cortinados que colgaban desde el techo hasta el piso, como para darle la sorpresa, sin advertir que justo en ese momento María entró a la alcoba real, intentado dar caza a una avispa que la incomodaba en la habitación, utilizando para tal fin un gran atizador de chimeneas, con tan mala fortuna (para el conde) que la avispa se posó justo en la parte del cortinado que tapaba su cara.  
El golpe fue seco y pesado.  María Antonieta, con una sonrisa por su victoria contra la avispa, se desvistió y tomó su baño y la sorpresa del conde quedó detrás del pesado cortinado, postergada por un par de horas al menos.
En ese momento entró en escena (a pesar que el asistente no le hizo la seña), uno de los sirvientes que la atendían cotidianamente, y en algunas oportunidades, más de una vez al día, portando dos canastas, una con infinidad de pétalos de rosas y otra con las frutas que ella prefería, como bananas, uvas, frutillas y melones.
El sirviente echó los pétalos en la enorme tina y luego le sostenía los melones con sus manos, pero ella prefirió aceptarle sólo la banana.  
Cuando la reina, de puro glotona que era, casi se estaba atragantando, ingresó al salón el conde Axel de Austria, cuya visible indignación se tradujo casi en gritos hacia el sirviente, por el mal estado de su vestuario, el cual -según sus propias palabras- era impropio para atender a la realeza, por lo que le exigió de inmediato que se la quitase y se vistiese con la pulcritud que correspondía.
Como el sirviente no lograba entenderlo, el mismo conde ya exasperado, se encargó de la faena él mismo y con sus propias manos intentó desvestirlo.  El sirviente que no entendía el francés ni el austriaco, pensó que querían abusar de él y opuso una fuerte resistencia.  Comenzó casi una lucha cuerpo a cuerpo, hasta que ambos cayeron sin querer, dentro de la enorme tina donde se encontraba María Antonieta.  
Uno de los pajes, que siempre observaba y disfrutaba a su manera de todo cuanto ocurría en la alcoba de la emperatriz, y justo cuando estaba a punto de dar una mano en el asunto, no tuvo más remedio que anunciar la llegada del rey, pues ya eran más de las dieciséis.  
Temiendo las posibles represalias del celoso Luis y poseídos por el pánico, María Antonieta les indicó a Axel y al sirviente que se escondan debajo de la cama para no ser vistos.  
Cuando el rey ingresó a la alcoba, notó en el ambiente algo extraño.  Una leve agitación en la respiración de su desnuda esposa, sus melones flotando en la tina, pétalos de rosas dispersos por la habitación en dirección a la cama y sobresaliendo por debajo de ésta, una banana.  El rey intentó tomarla, pero el grito de la emperatriz lo detuvo.  
Agotado como estaba por tanto trabajo, no tuvo ganas ni fuerzas como para preguntar, así que se tiró en la cama, suspirando profundamente.
-Qué día difícil el de hoy-  Dijo el rey en tono de angustiosa protesta -Vinieron los caballeros pretendiendo un aumento.  Luego los de la guardia real ¿Y qué me pidieron? Un aumento. Y también los cocineros del palacio de Versalles, los cuidadores de los carruajes reales,  los pajes... Todos querían aumento.  Así que como yo siempre cumplo con los reclamos populares, no tuve más remedio que aumentarles a todos... los impuestos!-
Así como la gran mayoría de los parisinos cobijaban en sus casas distintos tipo de mascotas como perros, gatos, loros, etc., María Antonieta siempre tuvo una exquisita preferencia hacia los gansos.  Muchos de ellos paseaban libremente por los jardines del palacio de Versalles, bajo la protección de la reina y alguno que otro de vez en cuando, se infiltraba en la casa.  En muchas ocasiones María Antonieta, en lugar de pernoctar con su marido en la alcoba real, prefería esconderse en otras habitaciones con su mascota y pasarse la noche acariciando el ganso.
De pronto se escuchó un tenue gemido.  
-¿Qué fue eso?- Preguntó el rey un tanto desconfiado.
-Creo que es uno de los gansos- contestó la reina, justo cuando se volvió a escuchar otro sospechoso sonido
-¿Y eso?- y por debajo de la cama se escuchó la respuesta del conde
-¡Otro ganso!-
Ya no quedaban dudas.  Las pruebas eras irrefutables, incontrastables, incontrovertibles, incuestionables, indiscutibles, indisputables e irrebatibles: el conde era un ganso.
El rey se agachó debajo de la cama y al verlo, le preguntó severamente a María
Antonieta
-¿Qué está haciendo ahí?-
Y la reina le contestó -Está intentando atrapar al ganso-
En ese momento, los gruesos cortinados cedieron al peso del Conde de Artois y éste cayó pesadamente al piso con un gran estruendo.
-¿Y éste?- Volvió a inquirir Luis
-Otro ganso- dijo el conde Axel de Austria, justo cuando del otro lado de la cama se levantaba el sirviente semidesnudo, tapándose con las manos sus partes íntimas.
-¿Y éste otro?- preguntó aún más extrañado el rey al advertirlo -Este ya lo agarró- contestó la reina, vencida.
El rey, prácticamente enajenado por la ira, empujó al conde Axel, para despejar su camino hacia el sirviente, y el conde trastabilló hasta caer nuevamente dentro de la tina junto a la reina.  
Luis llegó hasta el temeroso sirviente semidesnudo que se arrodilló delante suyo presa del pánico y poniendo sus manos en rezo sobre la cintura del rey, rogándole en su idioma natal, con llanto incontenible, que no lo matara.
Ese día estaba haciendo una visita protocolar por el palacio, el Papa Pío VI para tratar con Luis XVI diversos temas sobre la agitación popular que se estaba produciendo en todo el reino, y otros tantos intereses seculares, y fue en ese preciso momento en que el Papa, intrigado por la tardanza del rey, lo fue a buscar y entró de improviso en la habitación, junto con su séquito de cardenales.
La impresión que recibió el sumo pontífice no fue la más sacra que se podía esperar, ya que el conde de Artois se contorsionaba sobre los cortinados en el piso con la tapa del perfume en su boca, el conde Axel estaba metido en la bañera con la reina desnuda mientras seguían flotándole los melones en el agua y el sirviente semidesnudo abrazado a la cintura del rey, gimiendo en un idioma extraño.  
El papa se persignó e intentando una paráfrasis de la famosa plegaria del padre Pepitus, creador de la “Sagrada Ordenación de los Extraños Hábitos por Un Mal Día en las Noches de Exorcismos porque Habemus Pepis" mirando al cielo exclamó sentencioso: -Séculum, seculearum a totus.  Amén-
Iván Dosalilo, luego de los mencionados trágicos acontecimientos, continuó con su carrera periodística -si se la podía llamar de esa manera- editando varios semanarios relatando -y muchas veces inventando-  exclusivamente, sobre el acontecer debajo de las sábanas de palacio.  
Si había algo que Iván apreciaba, era el arroz con azafrán.  Solía comer día y noche sin cansarse. Sin embargo, cierto día, a raíz de la potente y virulenta hepatitis que lo acogió, era tal el color de su piel, por su enfermedad y por su dieta, que cuando transpiraba mucho por la fiebre, cada papel que tocaba, era automáticamente impregnado por el tinte que lo aquejaba.  Aquel fue el comienzo de la muy conocida “prensa amarilla”.
Cuando Iván Dosalilo escribió todos éstos acontecimientos en su periódico de la época, la agitación popular llegó a su punto álgido (sobre todo en los burdeles) y al leer dicho artículo, muchos en la ciudad ya estaban alzados (en armas... también).
El resto es conocido por todos, la bastilla (la cual fue denominada así, según Iván, porque allí perdió la cápsula de su medicamento un turco y la buscó durante tres días seguidos), la revolución luego, y el triste desenlace de los reyes con sus respectivas decapitaciones en la guillotina.  
Al principio los revolucionarios, no sabían a quién ajusticiar primero, si a la reina o al rey, y hasta se hicieron apuestas al respecto entre los pobladores, pero el colofón, según cuenta la historia, Luis XVI fue ajusticiado en enero de 1793 y la reina en octubre del mismo año.  
Sin embargo, el relato sobre los sucesos descrito por el mismo Iván Dosalilo, fue el de un verdadero final cabeza a cabeza.