domingo, 5 de julio de 2020

LA LEYENDA DEL TUCÁN

Cuenta una leyenda medieval, que muy cerca de aquel condado sumido en la pobreza eterna, habitaba una bruja despótica, avara y maliciosa.
Decían los aldeanos que ella era la única en el reino, que en medio de tanta pobreza extrema, poseía una inmensa fortuna en joyas y monedas de oro y sin embargo, a causa de su obsesiva avaricia y temerosa de que alguien le quitara lo obtenido, siempre aclaraba que había sido una herencia de su difunto marido, cosa más sospechosa aún, ya que quienes lo habían conocido, sabían que había sido en vida apenas un humilde granjero.
No tenía amigos ni parientes. Al menos que se hicieran conocer como tales, ya que todos la despreciaban. Tan sólo la acompañaba su fiel siervo Joseph, obedeciéndola ciegamente en todo momento y lugar.
Nadie sabía a ciencia cierta de dónde había surgido entonces semejante fortuna, pero todos sospechaban de los artilugios que toda bruja posee, para apropiarse de lo ajeno.
Decían que ella enviaba a su fiel servidor a que ingresara a escondidas en las casas del pueblo, en la quietud de la noche, y con el humo de mágicos brebajes que ella había preparado, los hechizaba, abandonándose a un absoluto y placentero sueño. Acto seguido, cuando las víctimas ya se habían rendido a los hechiceros encantamientos y dormían plácidamente, los despojaba de las pocas monedas de oro que habían ganado con su trabajo durante el día.
Joseph tenía la orden de no llevarle el botín de la noche, para no despertar sospechas y esconderlo en algún lugar seguro.
Pensó entonces en un principio, enterrarlo en alguna tumba, donde nadie se atrevería a sacarlo, pero sin dudas la tierra removida despertaría sospechas. Luego se le ocurrió esconderlo en algún monasterio, pero desconfiaba de los monjes. El fiel servidor de la bruja entonces, recordó a su mascota –un pájaro carpintero- que solía cavar profundos agujeros en determinados árboles, para guardar allí las bellotas que le ayudarían a sobrellevar el duro invierno del bosque, -agujeros que al cabo de un tiempo, eran abandonados por otros nuevos-.
Joseph, desde entonces, se dedicó a guardar en uno de los profundos agujeros de aquél grueso árbol, infinidad de monedas de oro, productos de sus fechorías.
Durante mucho tiempo se sospechó de la bruja como instigadora de aquellos robos, ya que –según testigos- habían visto a su fiel sirviente, salir escapando de varias casas en la oscuridad de la noche. Pero nunca le pudieron comprobar nada, ya que a pesar de varias requisas en su casa –a pedido del comisionado del rey- jamás encontraron una moneda.
Incluso, cuando fue acusada también de homicidio, dos de los tres enviados del rey -que habían osado acusarla de dichos robos- fueron encontrados muertos flotando en el río, y a pesar de saberse que eran expertos nadadores, los jueces (luego de recibir sendas bolsas con monedas de oro) sentenciaron que se había tratado de suicidios. Del tercero se encontraron solo algunos pedazos esparcidos por el bosque y el veredicto de los mismos fue “muerte por vejez”.
El tucán es un pájaro singular. Más allá de su identificatorio pico, suele tener la particularidad de buscar agujeros en los grandes troncos de los árboles, producidos por los pájaros carpinteros para hacerlos su nido y que luego fueron abandonados.
Aprovechando aquel agujero del ancho árbol abandonado por el pájaro carpintero al no hallar sus bellotas -ya que en su lugar se encontraban infinidad de monedas de oro-, el tucán lo adoptó como nuevo hogar, seducido tal vez por el brillante amarillo que desde adentro se reflejaba con la luz solar o quizás por aquel color que se emparentaba con el de su pico, pero lo cierto es que ninguna ardilla ni ningún otro pájaro pudo sacar a aquel tucán de allí, ya que guardaba celosamente su morada.
Cierto día, Joseph cayó muy enfermo por la peste negra que asolaba a toda la región, pero la bruja lejos de esperar a que se cure, enajenada por la ambición y sin poder contar con nadie más, salió ella misma a hacer el trabajo nocturno.
Pero su suerte no fue la misma de siempre.
Una de las habilidades que Joseph tenía, era la de seleccionar muy bien la casa a robar que incluía sobre todo, la ausencia de perros que pudiesen delatar su presencia. Ella no conocía esa precaución a tomar y eligió una casa al azar, con tan mala fortuna que tres enormes perros, iniciaron un escandaloso ruido de desesperados ladridos, mientras la tenían atrapada sobre el piso, provocando que despertasen todos los vecinos y la detuvieran.
Sin embargo, a los pocos días salió libre de todos los cargos, ya que ella había argumentado ser la amante del jefe de la familia que solía visitarlo a media noche cuando su mujer dormía.
El resultado fue que la mujer del hombre lo abandonó, éste fue desterrado por infiel y ella salió en libertad, pero al haberse mancillado su buen nombre y honor, no tuvo más remedio que abandonar la comarca y buscar nuevos reinos donde continuar con sus fechorías.
Lo que nunca nadie pudo explicar, fue la fortuna escondida que tenía el tucán.

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