sábado, 4 de julio de 2020

¿SABÍA QUE LEÓN TOLSTOI (el gran autor de “La guerra y la paz” y “Ana Karenina”) SENTÍA REÚLSIÓN POR LAS OBRAS DE SHAKESPEARE Y OPINABA QUE LAS DE CHÉJOV ERAN AÚN PEORES?

No es nuevo ni mucho menos reciente, el menosprecio, la crítica despiadada y el menoscabo que algunos autores suelen hacer de sus propios colegas, vaya a saber por qué oscuros motivos (celos, ego, envidia, sobreestimación de su propia obra, etc.) y alguna que otra vez con fundados motivos.
Lo cierto es que desde la antigüedad hasta nuestros días, la historia se nutre de despiadados comentarios y epítetos denigrantes de unos autores sobre otros, y demuestra que nadie hubo tan crítico de una obra literaria como la de un propio colega (y esto también lo he sufrido en carne propia).
Sin intención de hurgar demasiado en la historia antigua, -donde también abundan los ejemplos-podemos referirnos  a lo acontecido a fines del 1800 con León Tolstoi. 
Fue sin dudas uno de los más importantes autores de la novela realista en Rusia -junto a Fedor Dostoievsky- y autor de inmortales obras como “La guerra y la paz”, “Ana Karenina” y “La muerte de Iván Ilich” entre muchas otras y que son buscadas incansablemente por lectores ávidos de embeberse de buena literatura.
Es probable que comprendamos mejor su pensamiento si lo asociamos a su historia de vida.
Tolstói tras su conversión nuevamente hacia el dogma cristiano—había hecho en su vida viajes sucesivos de la fe al ateísmo y viceversa— empezó a librar una pugna interna entre su vida como artista y su conciencia cristiana, que hacia finales de la década de 1870 culminó con su desprecio y desdén sobre el arte al considerarlo impío (según narra George Orwell). Esta afiebrada conciencia espiritual, lo llevó a -sin abandonar la casa en la que vivía con su familia a la que solo llegaba a dormir-, “sacrificar la felicidad de su esposa, su apacible vida familiar y su elevada posición literaria a cambio de lo que consideraba una necesidad moral: vivir según los principios de la moral cristiana racional, vivir la vida sencilla y severa de la humanidad generalizada en lugar de la vistosa aventura del arte individual”. Es, entonces, por lo menos comprensible que a un hombre con una apuesta de vida así de radical, le fuera imposible no sobreponer en su valoración artística su concepción moral.

Tolstói llegó entonces a afirmar en un ensayo, que la fama y prestigio de Shakespeare eran injustificadas y se basaban en la propaganda impulsada por profesores alemanes del siglo XVIII, que insatisfechos con sus contemporáneos, buscaron en Shakespeare la diana de sus alabanzas, incluso luego que -nada menos que Goethe-, afirmara que Shakespeare era un gran poeta.
A sus 75 años publicó aquel ensayo en el que explicaba su desagrado:
“Recuerdo el asombro que sentí la primera vez que leí a Shakespeare. Esperaba sentir un profundo placer estético pero tras leer una tras otra las obras consideradas como las mejores: 'El rey Lear', 'Romeo y Julieta', 'Hamlet' y 'Macbeth', no solo no sentí placer sino que tuve una irresistible repulsión y tedio y dudaba si yo no tenía sensibilidad para las obras consideradas perfectas por el mundo civilizado o si los significados que le atribuyen a estas obras era un sinsentido”.
En un segundo ensayo, seis años más tarde, titulado “Lear, Tolstói y el Bufón” Tolstói asegura haber sentido siempre “una repulsión y un tedio irresistibles” hacia la obra de Shakespeare. Persuadido del culto reverencial del mundo hacia el autor inglés, el escritor ruso cuenta que ha releído las obras y “he sentido con mayor fuerza aún los mismos sentimientos; esta vez, sin embargo, no ha sido aturdimiento, sino la firme, inequívoca, convicción de que la aureola incuestionable de gran genio de la que goza Shakespeare, y que impele a los escritores de nuestro tiempo a imitarlo y a los lectores y espectadores a descubrir en él unos méritos inexistentes—distorsionando así sus facultades de comprensión ética y estética—, es un gran mal, como lo es toda falsedad”.
Luego Tolstói analiza la obra “El rey Lear”, y tras encontrar la trama “estúpida, verbosa, antinatural”, entre otros epítetos, concluye que ningún lector u observador vacunado o limpio del culto generalizado que se profesa al dramaturgo inglés podría leer hasta el final la obra sin el sentimiento de “aversión y cansancio”, y que el mismo veredicto puede aplicarse a “todos los otros exaltados dramas de Shakespeare, por no mencionar los absurdos cuentos dramatizados, Pericles, La duodécima noche, La tempestad, Cimbelino, Troilo y Crésida”.

Sin embargo, a pesar de lo antepuesto, Shakespeare no fue el único blanco de sus dardos.
Antón Chéjov y Lev Tolstói eran amigos,  o si no lo eran, al menos se conocieron en persona. Se respetaban realmente y en parte admiraban las obras del otro. Eso no impidió que Tolstói criticase severamente algunas de las obras de Chéjov.
Tolstói dijo que Chéjov era un gran artista y que sus obras maestras se podían releer constantemente. Excepto sus obras de teatro.
En una ocasión Leon le comentó a Antón: “Una obra de teatro debería tomar de la mano al espectador y llevarlo en la dirección que quiera. ¿A dónde puedo seguir a tus personajes? Al sofá del salón... y no salen de ahí porque no tiene otro lugar a donde ir”.
Alguna vez el mismo Chejov relató a modo de anécdota:
“Visité a Tolstói recientemente en Gaspra. Se encontraba postrado en la cama porque estaba enfermo. Me habló de mí y de mis obras, entre otras cosas. Finalmente, cuando estaba a punto de despedirme, me agarró de la mano y me dijo: "Dame un beso de despedida". Cuando me agaché sobre él, me estaba besando y susurró al oído en una voz de viejo todavía energética. "Sabes, odio tus obras. Shakespeare escribía mal, pero creo que las tuyas son todavía peores”.


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