jueves, 11 de junio de 2020

LAS SUPERSTICIONES EN EL TEATRO


Desde las épocas más remotas, hubo gente que se aprovechó de los ingenuos y desprevenidos, y comenzó a comercializar todo tipo de talismanes y amuletos que supuestamente ayudan a la buena suerte. Circunstancia esta que se debe generalmente más a un hecho fortuito y luego comercializable, que a la verdadera cualidad mágica que supuestamente el objeto posee para provocar buena fortuna.

Basta con que en medio del bosque, alguien recoja del suelo una piedra con forma romboidal y a los pocos minutos, esa misma piedra le baste para ahuyentar a un lobo hambriento (pegándole previamente en un ojo), para que luego se le atribuyan poderes sobrenaturales a todas las piedras que contengan esa forma.

En todo caso, el fortuito hallazgo de aquella piedra fue la que lo salvó de ser atacado por el lobo hambriento y no la piedra en sí, y de todas formas, si hubiese sido la piedra, sería solo esa piedra específica y no todas las que tengan aquel formato, la que le sirvió para salvarlo del lobo, y en la última de las hipótesis, si no hubiese encontrado esa piedra, el hombre se hubiese defendido hasta con el cinturón que le sujetaba los pantalones, por lo que luego comenzarían a venderse los cinturones de la suerte contra los lobos hambrientos.

En definitiva concluyo que los amuletos, talismanes o como quieran denominarse, no son más que la proyección de la propia fe, depositada en un objeto que a su vez supuestamente nos la devolverá en el momento que la invoquemos. Pero los objetos en sí, por sí solos, no dan suerte, no poseen ninguna mágica característica que nos pueda ayudar, ni mucho menos.

Creo firmemente que la verdad de uno, recién se logra cuando se conoce la verdad del otro. Y en este caso en particular, creo que he dejado en claro mi punto de vista al respecto.

No caben dudas que la gente relacionada con el quehacer teatral, suele ser mayoritariamente supersticiosa y por ende, muchas también son las falsas creencias impregnadas de hechicería, que supuestamente ejercen un maleficio sobre alguien, por medio de existentes cualidades mágicas que poseen costumbres ya arraigadas (falta tan sólo el cinturón mágico contra los lobos hambrientos)

¿Pero de dónde surgieron esas supersticiones?

Ya he comentado en una nota anterior, la falsa creencia sobre el color amarillo que en un escenario trae supuestamente mala suerte, porque dicho color era el que vestía Moliere al momento de su muerte sobre el escenario, hecho éste absolutamente falaz, ya que como dejamos demostrado en aquella nota, Moliere no sólo no murió sobre el escenario, sino varias horas después en su domicilio, y además vestía de color morado, que era el traje que utilizó durante las cuatro funciones que alcanzó a hacer de “El enfermo imaginario” (Alguien tradujo el color en francés “amaranto” (un rojo casi morado), al castellano como “amarillo” y de allí la errónea creencia sin fundamentos reales.

Pero más allá de esta, existen otras que seguramente muchos teatreros a estas alturas ya deben estar enumerando, como por ejemplo la absoluta prohibición de mencionar la obra “Macbeth” en una sala teatral, ya que dicho esto, la mala suerte se ceñiría sobre el recinto.

Sin embargo, y para refutar de cuajo esta falsa creencia, puedo mencionar que así como Moliere es el autor más representado en la historia del teatro, también vale la pena recordar que justamente Macbeth es “la obra” más representada, llegando incluso –según estadísticas comprobadas- a realizarse una función cada cuatro horas en alguna parte del mundo.

Vale la aclaración que esta superstición que se mantiene a lo largo de los años y de los teatros, es de origen inglés. Hace referencia a que cuando una obra que estaba en cartel no tenía éxito, se suspendían sus representaciones y se programaba en su lugar la obra “Macbeth” que suponía ir sobre seguro hacia el éxito.

De ahí que cuando se menciona el nombre de “Macbeth” se asocia a que la obra va a ser un fracaso y se va a suspender, pero a las pruebas me remito con tantos éxitos que se erigen a diario en todo el mundo.

Otras de las “creencias” sobre el infortunio que ocasionan algunas prácticas en los recintos sagrados del arte, es la de “silbar en un escenario” ya que los supersticiosos, aseguran que esto también traería mala suerte.

En éste caso en particular, podemos encontrar su origen en los marinos, quienes cuando escaseaban las faenas a bordo de algún navío, conseguían un trabajo temporario en los teatros, que para esas épocas solían apreciar en buena medida sus contrataciones, por las específicas habilidades que estos marineros poseían en el manejo de las cuerdas que colgaban de los masteleros de los barcos. Dichas cuerdas también se encontraban en los teatros y eran manejadas por los llamados tramoyistas.

En la jerga teatral, la tramoya es el conjunto de máquinas e instrumentos con los que se efectúan, durante la representación, los cambios de decorado y los efectos especiales a través del jalado de cuerdas con pesas en sus otros extremos, muy similares a las utilizadas en aquellos barcos de la época, donde debían jalar las cuerdas para izar las velas.

Los marineros en cuestión, a causa del fuerte y constante ruido del oleaje que solía romper contra las embarcaciones, ante la imposibilidad de escucharse con quienes se encontraban en las alturas de la arboladura, solían comunicarse con estridentes silbidos, utilizando esos códigos sonoros de mil formas distintas.

Por la misma época, en el teatro ocurría algo similar, pero a la inversa que en el mar porque en éste caso no se podían hablar, sino que debían mantener un absoluto silencio mientras duraba la representación. Fue entonces que volvieron a comunicarse con silbidos en códigos entre quienes se encontraban entre bambalinas y seguían las alternativas del guión, y aquellos que transitaban las alturas de la parrilla. Los silbidos llegaban a oídos del “parrillero” y éste soltaba sogas conforme se habían solicitado, de pesas, decorados que subían o debían bajar y hasta el descorrer el telón.

Desde aquel entonces, se temía y mucho, que si algún desprevenido llegase a silbar en el escenario, ello podría ser confundido con alguna orden de soltar una pesa o decorado y partirle la cabeza al infortunado. Pero de allí a que silbar en un escenario se emparente con un hechizo mágico o maléfico, ni noticias.

Tampoco dejan de ser más que absolutas e injustificadas supersticiones como la de desear “suerte” ante una representación o estreno teatral.

Dicen los supersticiosos, que desear suerte ocasiona justamente todo lo contrario, por cuanto prefieren desear "Mierda” (o ”merde” en francés), y que este hecho se relaciona con los carruajes que a finales de los siglos XVI y XVII, llegaban tirados por caballos hasta las puertas de los teatros transportando al público que asistiría a la función teatral. Allí podía cotejarse la cantidad de bosta (excremento caballar) depositada en las calles del teatro, lo que suponía que si la cantidad depositada era considerable, había llegado bastante público a la representación.

Esta superstición se mantiene hasta el día de hoy, aunque ya no se utiliza más la tracción a sangre en las ciudades y ésta fue suplantada por las motorizadas, que en lugar de excremento de caballos, dejan manchas de aceite de motor, por lo que –adecuándonos a la época que nos toca vivir- en lugar de desearles a los teatreros “mucha mierda”, habría que desearles “mucho aceite”.

Lo que me lleva a una conclusión a modo de reflexión…

Una vez, se me cayó un salero y se rompió, y me dijeron que tendría un año de mala suerte.

A los pocos días, rompí también sin querer un espejo y me dijeron que por ello tendría siete años de mala suerte.

A la noche, cuando tomé un condón y lo miré, éste estaba roto… y me pareció que se estaba riendo a carcajadas del salero y del espejo.

H.D.M.

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