miércoles, 10 de junio de 2020

El humor sobre los políticos


(Y esto va en serio)



Me preguntaron el porqué de mis constantes ironías y sarcasmos o el continuo humor que en muchas ocasiones planteo en algunas de mis comedias y escritos sobre la figura de los políticos, habida cuenta que debido a ello, algunos han supuesto que me embarga una ideología de origen anarquista o simplemente en contra de todo sistema democrático.  Nada más lejos de la realidad.

A mi entender, fueron muy pocos (poquísimos a mi gusto) la gente dedicada a la política que mantuvo un sendero de verdadera honestidad a lo largo de su carrera pública, y se retiraron de la misma con lo que ya tenían (y en algunos casos, con mucho menos).  Todo el resto (y hablo de muchísimos países) han sido corruptos, ventajeros u oportunistas; deshonestos, arribistas, aprovechadores, ventajistas o muchos otros adjetivos, y que en algún momento (la gran mayoría) se han visto inmersos en un inmenso caudal de posibles y sospechosos negociados de oscuros réditos y procedencias, cuando por el contrario, tendrían que haber estado al servicio del país y su gente, y no de su propio peculio (algo que mucho nos han roto a nosotros)

A pesar de ellos, sigo creyendo en la democracia y en la libertad.

Desde que tengo uso de razón (si es que alguna vez la tuve), escucho declamar con elocuentes, sólidas contundentes, rígidas  y elegantes palabras a todos esos políticos en cuestión, donde dejan a uno absorto y pensando “tiene razón”.  Pero enseguida aparece otro, del sector opuesto, que con argumentos absolutamente contrarios a los del primero, pero con idénticas condiciones verborrágicas, te convencen de lo contrario, por lo que en definitiva uno se queda entendiendo cada vez menos y suponiendo que le han tomado el pelo tan sólo para conseguir sus objetivos de poder.  Y eso es exactamente lo que buscan.  Son los viejos paradigmas de “divide y triunfarás” como el que siempre sostengo de “Cuán importante es saber cada día más, para no vernos abandonados a la indigencia cultural a la que necesitan arrojarnos”.

Y a pesar también de ello, sigo creyendo en la democracia y en la libertad.

Si alguno a estas alturas está tratando de deducir a qué partido pertenezco con tales aseveraciones, le recomiendo no perder su tiempo. 

No pertenezco a ninguno desde que empecé a abrir los ojos.

No soy kirchnerista ni del Pro en Argentina (y mucho menos de Del Caño –Dios me libre y  guarde!!-). No soy del Likud de Netanyahu ni del Azul y Blanco de Gantz en Israel.  No adhiero al PP, al PSOE, ni a Podemos (y mucho menos a los franquistas de VOX -franquistas, que vale la pena recordarlo siempre, fusilaron entre muchos otros, también a García Lorca y esa mancha no se borrará jamás) en España.  No comulgo con el Frente Amplio, con el partido Colorado  ni con el Nacional de Uruguay.  Lo mismo me ocurre con los partidos de Colombia, Perú, Bolivia, Ecuador, etc. Y aunque alguno piense que al no vivir en esos países, no me tendría que importar, pues los contradigo y sí, me interesan.  Porque me importan sus pueblos que son como yo y han sido estafados a lo largo de la historia con fútiles promesas, dádivas insignificantes y panaceas circunstanciales.

Y sin embargo sigo creyendo en la democracia y en la libertad.

A esos lugares y a ese público también llegan mis obras, gracias a los inagotables teatreros que luchan día a día por mantener viva la llama del teatro, ante los cuales me quito el sombrero y debo decir que los admiro.  Siempre han sido “el último orejón del tarro” en cuanto a presupuestos gubernamentales y a pesar de todo siguen allí a pie del cañón, llevando cultura aunque más no sea a cuestas.

Debido a todo eso me declaré hace mucho ya, un librepensador y no le debo pleitesía a ningún “líder”.

“Librepensador” es una persona que sostiene que las posiciones referentes a la verdad (las de uno mismo en este caso), deben formarse sobre la base de la lógica, la razón y el empirismo en lugar de la autoridad, la tradición, la revelación o algún dogma en particular. Y esto -lamentablemente- molesta hoy en día a mucha gente.

Algunos lo llaman independiente, libre, emancipado, neutral o soberano pero que en definitiva no es más que eso, un librepensador.  Es a quien no lo llevan de las narices con “palabras elegantes, bonitas y rimbombantes” desde una tribuna partidista, ni con un calcomanía de adhesión de por vida a un determinado partido; a quien no lo engañan con falsas promesa electorales y mucho menos con cajitas de comidas, globos o sándwiches callejeros.  Quien ya no cree en los “enemigos de la patria” sino en los adversarios políticos.  A quien aquello de “el pueblo unido…” ya no lo convence, sobre todo cuando sabemos que ningún pueblo nunca podrá estar totalmente unido porque son una suma de individualidades. Tal vez encontremos muchas minorías, todas piensan distinto y quieren transitar diferentes caminos, pero unidos es muy difícil.  Los mismos que no nos dejamos influenciar por los “periodistas de opinión” tanto de un lado como del otro, absolutamente parciales y tendenciosos.  Somos aquellos que intentamos leer las entrelíneas de los discursos y utilizamos (en base a la cruda experiencia personal al respecto) el viejo lema sobre la política de “piensa mal y acertarás”.

Absolutamente ninguno de esos políticos a los que me refiero, fue, es o será nunca mi amigo (ni de ninguno de ustedes, porque si algo caracteriza a un político es justamente “la imposibilidad natural de conservar amigos”).  Porque además no sólo no me conocen y no les importo en absoluto, sino que lo único que buscan es mi voto para lograr más poder. 

Es entonces cuando comprendemos que esa herramienta -el voto-, esa arma casi letal para las ambiciones políticas de todos ellos, adquiere una importancia sublime.  Tan ínfima como vital en la sumatoria. Y lo vemos en sus demostraciones de querer acercarse hipócritamente a nosotros en épocas electorales (cosa que no harían en ninguna otra circunstancia), visitando nuestras ciudades o barrios, besar a nuestros hijos, sonreír y acariciar a nuestros jubilados, asegurar que poseen la solución a todos nuestros problemas y que con ellos nos llegará la felicidad (aún a pesar de que muchos de ellos ya han participado en gobiernos anteriores).  No tengo dudas que son los más altos exponentes de la falsedad e hipocresía de esta sociedad, y me reiré cuantas veces pueda de ellos a través de mis escritos (como ocurrió en la comedia “La casa del senador” y que ha sido un éxito y llenado salas en muchos países ya), porque es la única arma que utilizo.

Y allí es cuando más creo en la democracia y la libertad.

Moliere fue terriblemente censurado y combatido por satirizar, mofarse y dejar en evidencia la hipocresía de los religiosos, los médicos y los burgueses de su época.  Nada más lejos de mis intenciones compararme con semejante genio y padre de la “Comédie Française,”, pero podría decir que voy a procurar seguir sus pasos con la ironía, el sarcasmo y la burla sobre los mayores hipócritas de nuestra era -los políticos- y algunos otros personajes que también nos rodean. 

Seguramente por ello también me censurarán y allí es donde creo aún más en la democracia y en la libertad.  

Fue el fanatismo de algunas personas (Fanatismo: “apasionamiento extremo y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”), la que me ha demostrado su falta absoluta de raciocinio, al ver y escuchar las descalificaciones y virulentas agresiones hacia otra persona que piensa distinto. No logran comprender que si alguien piensa de una manera diferente, no es un enemigo al que hay que convertir a su ideología o exterminar (en cualquiera de sus formas), sino que se trata simplemente de “otra” persona, que calza distintos zapatos que los suyos y con los que transitó desiguales caminos. 

Los políticos inescrupulosos, se aprovechan descaradamente de esos fanáticos y los utilizan constantemente como primera línea de fuego en su batalla por consolidar más su poder.

Algo similar (salvando las sangrientas distancias) ocurre con la Jihad islámica. 

Sirve aquí distinguir -sin negar la conexión- entre islam e islamismo.

El segundo no puede pensarse sin el primero, del cual saca las bases fundamentales de su plataforma ideológica.  Ahora bien podemos decir que los musulmanes practicantes del islam se dividen a grandes rasgos en pacíficos y fanáticos; mientras que los musulmanes que integran el islamismo, necesariamente son violentos y absolutamente repudiables. Uno puede considerar pacífico a un musulmán que practique aspectos de su fe de manera privada sin violar derechos de terceros. Pero no puede considerar pacífico ni bueno a un islamista. Hablar de un islamista bueno es equivalente a creer que un nazi activo y militante, puede ser buena persona.

Existe una notoria agresividad por parte del islamismo, en la consideración colectiva a grupos religiosos no islámicos (sobre todos cristianos y judíos) a modo de discriminación general.

Aquí les transcribo una prédica colectivista de un imán como claro ejemplo:

“Los Cruzados (Cristianos) y los Sionistas (Judíos) son los enemigos de Alá, los descendientes de monos y puercos… son la escoria de la raza humana, las ratas del mundo, los violadores de los pactos y acuerdos, los asesinos de los profetas, pues sí, ¡son descendientes de puercos y monos!”

Según su criterio, Mahoma les dijo que “cuando encuentren un infiel (cristiano, judío y todo aquel que no profese el islamismo) debían convertirlo al islam… o degollarlo”.  “Si eso no es fanatismo… ¿El fanatismo dónde está?”, y lo vemos lamentablemente muchas veces sobre todo en Europa, cuando uno de estos fanáticos asesina a puñaladas a desprevenidos transeúntes al grito de “Alahú Akbar” -Alá es grande-

Y cada vez que veo estas cosas, creo más en la democracia y en la libertad.

Así que nadie intente siquiera convencerme de nada.  Mucho menos los fanáticos, en temas como política o religión.  

Algo similar ocurre también con el deporte y unos cuantos muertos por ese tema en muchos países del mundo lo certifican.  Me resulta tan absurdo, irracional, incoherente, descabellado, insensato, ilógico, disparatado, inadmisible y millones más de otros tantos epítetos, que una persona odie a otra por su preferencia deportiva, como así también por su ideología política o religiosa.  Esto no hace más que demostrar el nivel cultural al que nos han arrastrado esos mismos “políticos” y “líderes” a lo largo de la historia de la humanidad.  Por eso insisto tanto con que “comprendamos” la historia y la recordemos para no estar condenados a repetirla.

Vale la pena aclarar que siempre he respetado, respeto y respetaré a rajatabla el derecho inviolable de cada uno a expresar su opinión, sea cual fuere (incluso si apoya o “adora” a un determinado político), pero por supuesto siempre y cuando no conlleve injurias gratuitas, insultos descalificantes, ni maltrato tanto verbal como físico en contra de quienes piensan distinto. Mi derecho termina donde empieza el de los demás y viceversa

Tampoco estoy dispuesto a perder amigos o conocidos por política o religión.  No los he perdido a lo largo de toda mi vida por el deporte (aún conservo amigos de la infancia que aman cada uno a su equipo de fútbol) ni por la religión (de hecho tengo una hija católica y dos hijos judíos –por derecho de vientre- y yo en particular, no profeso ninguna otra religión más que la del Dios de Baruch de Spinoza), no veo porqué debo hacerlo por la política partidista. Quien piensa a la inversa seguramente es porque le dará más valor a aquel tema que a una persona.  No lo comparto, pero le guardaré el merecido respeto que se merece, mientras no agreda al resto.

Mientras tanto, seguiré escribiendo comedias, dramas, cuentos, chistes o notas en Facebook o Instagram, en una computadora, en papeles, en hojas sueltas y hasta en las puertas de los baños públicos si es necesario, y me seguiré riendo de los políticos cuanto pueda, como ellos se ríen de mí con su desvergonzada hipocresía.  Pero nunca me callaré.  

Tampoco me mueve saber si aporto mucho, poco o nada con lo que escribo.  Lo hago por la necesidad personal de divertirme con mis comedias y de plantear a través de ellas, cuanto pienso y me duele.

Insisto, cuanto más sepamos, menor será la posibilidad que tendrán de arrojarnos a la indigencia cultural.

Podrán criticarme por todo esto, dejar de leerme y hasta bloquearme.  Incluso a denunciarme otra vez (como ya lo han hecho para inhabilitarme del Facebook) pero ello solo dejaría en evidencia la vileza de un alma embriagada en fanatismo.

Por mi parte, pese a quien pese y le duela a quien le duela, seguiré creyendo fervientemente en la democracia y en la libertad.



PD: Para quienes no lo conocen, mañana hablaremos sobre el Dios de Baruch de Spinoza

Infinitas gracias a quienes me siguen.

H.D.M.





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