jueves, 4 de diciembre de 2014

Reflexiones "Palabrejas, onomatopeyas e interjecciones"

“Palabrejas, onomatopeyas e interjecciones”

Si hay algo que se puede decir que es verdaderamente rico, es nuestro idioma castellano... además del pastel de papas (por lo menos para mí), pero lo referente a lo culinario lo vamos a dejar para otro momento porque esa palabra suena un tanto desagradable (¿A quién se le ocurre poner la palabra “culinario” a algo que es para comer?  Salvo que se trate de una comida de mie... No, no creo.  O que esté referido a que la comida nos va a caer como el cu... No, tampoco... Mejor nos vamos a dedicar al idioma).
La enorme y casi incontable cantidad de palabras que posee nuestro idioma, no solamente aparentemente no nos sirve de mucho, ya que por un lado utilizamos alrededor de trescientas palabras por día (generalmente siempre las mismas), sino que también, como si no fuesen suficientes, sentimos la necesidad de inventar otras tantas para identificar lo ya existente, pero que no nos gusta como suena, nos da vergüenza o no tenemos la menor idea de cómo se llama ese “cosito” que se pone en el “coso” de la cosa grande, con rosca arriba y que sirve para todo tipo de cosas.  Muchas veces los ferreteros tienen que exprimir su cerebro al máximo para identificar qué cuernos estamos buscando, y cuando no usamos el “coso” le inventamos un término que de a poco se va generalizando, hasta formar parte de la jerga popular.  Es así entonces que nos encontramos comprando un “pendorchito” que se coloca en el “chukchik” y que tiene como un “pirincho” sobresalido.
Sin embargo no existe un listado tan largo y extenso como el que se utiliza para denominar partes del cuerpo, y en especial los que tienen que ver con el sexo.
No sé si a nuestras abuelas y/o madres, les daba vergüenza, temor, o simplemente lo hacían por desconocimiento, pero lo cierto es que utilizaban términos absolutamente inventados para referise a los órganos genitales de los niños.  Era así que en lugar de llamar al pene y a la vagina por su nombre, usaban los términos de “cuchufla”, “cuchufleta”, “Papona”, “tatucha”, “pitito”, “chichilo”, etc, etc, etc.
Seguramente cada uno debe estar reproduciendo su propia lista, ya que depende de su lugar y entorno, los modismos van cambiando.  Pero ninguno tan amplio como cuando ya de grandes, intentamos referirnos a esos mismos órganos genitales.  No solamente sería interminable la lista sino que además resultaría un tanto soez e inútil reproducirla ya que todos la conocen y la utilizan a diario.  Eso si, casi nadie, salvo los científicos o médicos las llaman vagina o pene y tan sólo en su vida profesional.
Mas allá de las palabrejas que inventamos y utilizamos diariamente, tienen también un lugar de privilegio en nuestro vocabulario cotidiano, las onomatopeyas.
Las muy conocidas onomatopeyas, no son más que la imitación que hacemos de los sonidos reales por medio del lenguaje, y que nos sirve para ser mucho más explícitos a la hora de expresarnos.  Es así que al llegar a casa luego de un agotador día de trabajo, y nuestra mujer nos pregunta -¿Cómo nos fué?-  la respuesta de un -Uffff!- es suficientemente ejemplificadora.  O cuando para reflejar una torpeza de nuestra parte, cuando se nos han caído cuarenta platos de porcelana al piso, tan solo decimos -Upsss!-  O para detallar un golpe decimos “Ñácate”, “Zás” o “Paf”.
El resultado final es que a pesar de tener uno de los idiomas más ricos del mundo en cuanto a vocablos se refiere, cada día utilizamos más palabrejas, onomatopeyas e interjecciones que las van reemplazando.
Tal vez ello se deba a un deseo inconsciente de querer volver a nuestros orígenes indígenas, cuando de pronto nos escuchamos a nosotros mismos en una conversación diciendo:
-Y buéh!-
-Chuik-
-Uhhhh!-
-Eh?-
-Glup!-
-Ahá!-
-Fáaaaa!-
-Seeee!!-
-Ufffff!!!!-
-Guauu!!-
-Eehhhh!
-Jáaa!-
-Naaaaa!!!!-
-Qué te puedo decir...  No es como para “Haaaaaá”, pero “heeeeeeé”!!

H.D.M.

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