jueves, 4 de diciembre de 2014

Cuento de humor "El Malapata"

Cuentos breves, para sonreír brevemente a la brevedad posible

“El Malapata”

La piratería es un acto de saqueo organizado, tan antiguo como la navegación misma. Quitando algunas excepciones, como de los Corsarios, solo tenían ambición y falta de escrúpulos. (Suena conocido, no?) Los piratas tenían como principal objetivo enriquecerse lo mas rápidamente posible (más conocido todavía), y no les importaba cometer cualquier acto vergonzoso con tal de conseguir todo tipo de ventajas y botines (Cualquier similitud con algunos políticos, es pura coincidencia).
Para los piratas, filibusteros y bucaneros de la época, no era lo mismo ser un pirata viejo que un viejo pirata. El Malapata era las dos cosas. Un viejo piratón que se las sabía todas a fuerza de experiencia y de haber logrado una gran cantidad de triunfos, y de muchas pérdidas también.
La primera pérdida significativa que marcó su historia, su vida y también su cara, fue la de su ojo izquierdo causada por una nuez, en una dura batalla contra un barco de la marina francesa.
En realidad, cuando los marinos franceses eran abordados por los atracadores, liderados por el famoso pirata “Acento entre paréntesis” (que tiempo más tarde recibiría el apodo de Malapata), a aquellos desprevenidos marselleses se les estaban acabando las municiones y no tuvieron mas remedio que defenderse con las bolsas de nueces que llevaban como cargamento. Las arrojaban en cantidades y una de ellas justo fue a parar en la boca del trabuco del capitán, quedando allí trabada y tapándola por completo, en el momento en que éste apuntaba para dispararle a otro soldado. “Acento entre paréntesis” siempre se jactó que donde ponía el ojo, ponía la bala. Obviamente cuando disparó haciendo gala de su jactancia, la bala salió hacia atrás.
Lamentó mucho la pérdida de aquel ojo por dos motivos: el primero, porque su visión se redujo a la mitad (es decir, veía sólo la mitad derecha) y en segundo lugar porque era el único con el que sabía guiñar. Desde ese entonces para tapar el agujero en su ojo, colocó una bolita de madera que sujetaba con un parche negro.
Los piratas siempre preferían utilizar apodos en lugar de sus verdaderos nombres, para no ser reconocidos. Al capitán de los piratas le fascinaba salir desnudo a pasear por la borda del barco, en las noches de quietud del mar y en lo posible, de luna llena, para disfrutar del rocío nocturno. Siempre fue motivo de burla y de risas, incluso desde su infancia el hecho de haber sido muy chueco. Aquellas piernas curvas eran dos arcos casi simétricos, somo si se vieran reflejados con un espejo de por medio.
En una de aquellas noches de luna llena, la más bella de las doncellas que habían sido capturadas para luego pedir recompensa, se asomó por la ventanilla de su celda, que permitía observar a ras la cubierta del barco, y a causa del reflejo de luz que emanaba la luna, tan sólo vio desde su ángulo del piso el contorno del capitán, que a pocos metros de ahí observaba de espaldas, el mar. A partir de aquella fantasmagórica visión de ese contorno en la oscuridad de la noche, y con la imponente luna llena como fondo de pantalla, fue que le quedó como apodo la exclamación con sorpresa de la doncella -Parece un acento entre paréntesis!-
La segunda gran pérdida que sufrió el capitán, fue la de su mano izquierda. Una tarde, en un herrería donde probaban la guillotina del pueblo con la que solían ajusticiar a los delincuentes, del otro lado de la guillotina, por el orificio donde se coloca la cabeza del condenado, “Acento entre paréntesis” vio a una doncella que se agachaba para recoger una manzana del piso. Su instinto seductor lo llevó a querer pellizcarla sin advertir que la cuchilla ya estaba descendiendo en su prueba.
No hicieron falta más pruebas, porque comprobaron que la cuchilla estaba realmente muy filosa. La mano del pirata casi salió disparada en dirección a la muchacha, a la que aún se la suele ver saltando y canturreando feliz por las calles del condado.
Para reemplazarla (a la mano, no a la muchacha), se colocó un gancho, pero de madera, no de metal, porque tenía una gran rivalidad con el capitán Garfio y no quería parecerse a él.
En un rincón de uno de los estantes superiores de su camarote, el capitán guardaba celosamente el botín logrado en su último atraco. Lo miraba y lo admiraba cada vez que se quedaba a solas en su catre, demostrando un gran orgullo por lo obtenido. Pero sabía que debía encontrar rápidamente otro botín más, para tener el par y calzarse como corresponde.
Fue así entonces que levó sus anclas, se levantó de su jergón, (un colchón relleno de pura paja, que el mismo capitán con su mano buena, se encargaba de seguir rellenando cada noche) y se fue al barco en busca de nuevas aventuras.
Otra pérdida importante del capitán, se refiere la de su pierna, que dio origen a su apodo posterior de Malapata, y el cual reemplazó finalmente al de “Acento entre paréntesis”, ya que además de perder la pierna, éste último apodo también había perdido significación.
En aquella época, los piratas usaban poco y nada los cañones, puesto que la precisión de las armas de fuego era muy escasa, pero por otra parte, lo que más les importaba era el cargamento de aquellos barcos y en lo posible hasta el barco mismo, por lo que no estaban interesados en dañar su estructura. Sin embargo, fue tan sólo después de aquel infortunado y casual hecho que significó la pérdida de su pierna, que Malapata prohibió por completo su uso.
Los piratas se acercaban peligrosamente en sus rápidos y veloces barques (no es un error de escritura, sino que así se llamaban esas embarcaciones), hacia el enorme y pesado galeón francés, que a su vez exhibía sus peligrosos cañones de gran porte a ambos costados de cubierta. Estaban decididos al abordaje, pero para ello primero debían amedrentarlos y luego acercarse lo suficiente para lograrlo, así que el capitán decidió comenzar a intimidar a los tripulantes del barco mercantil con una salva de sus tres cañones sobre la cubierta enemiga, con muy poca fortuna, ya que cuando el galeón comenzaba a responder el fuego, a uno de los cañones de los piratas se le trabó la bala adentro del mismo. Comenzaron a hacer infructuosos esfuerzos por desbloquearlo pero sin éxito. Esto exasperó a Malapata, quien llegó hasta el marinero que casi metido adentro, intentaba destrabarla llenándola de más pólvora, y de un costado con un tremendo puntapié lo quitó del medio, justo cuando éste terminaba de desbloquear el cañón. Por la excesiva carga de pólvora utilizada, el estruendo fue el doble de lo normal justo cuando su pierna terminaba de expulsar al marinero. Eso salvó a todos los marineros, salvo a su pierna. Tiempo después encontraron los restos de su bota en una isla cercana. Desde ese día, sin saber cómo resolver su problema de cojera, encontró una provisoria solución en una sopapa (el desastascador utilizado para desobstruir cañerías) e invirtiendo su posición, ató la parte con la goma sobre su rodilla, y ya no le interesó ir en búsqueda de su segundo botín.
Tenía ya tantas partes de madera en su cuerpo y era tan poco hábil para las labores manuales, que muchos no sabían decir si era medio hombre o medio de madera.
Pero además Malapata hacía honor a su nombre. Por tantos disparos que cayeron sobre la cubierta del barque, éste solía estar sembrado de agujeros en los cuales muy a menudo su pata de palo quedaba trabada y debían ayudarlo entre cuatro para quitarlo de allí.
Su cuerpo había sufrido incluso otra pérdida, aunque pequeña, que también fué reemplazada por un diminuto trocito de madera, pero los historiadores que analizaron el tema, aún no se han puesto de acuerdo si aquella pérdida se debió a una cuestión de higiene o de religión.
Lo cierto es que la vida en los barcos piratas no era fácil en absoluto y la captura de barcos, muy peligrosa, ya que se jugaban la vida constantemente. Pocas cosas eran placenteras, además de las incomodidades del lugar que se hacían notar cotidianamente.
La higiene personal era un tema absolutamente desconocido. No existían los baños por ejemplo, ni el papel higiénico y mucho menos bidé. Cierto día, mientras con sus dedos Malapata saboreaba un dulce, muy parecido al de leche en su color y consistencia, (ya que los cubiertos como tales, no eran tomados en cuenta) un marinero se le acercó pidiéndole sugerencias sobre la comida, pues sufría de una considerable diarrea, cuando se le acercaron dos de las doncellas que viajaban con ellos preguntando: -De qué hablan?- y Malapata contestó, señalando al marinero que se acariciaba el estómago, y mientras él se chupaba los dedos impregnados de aquella sustancia viscosa y marrón -El turco tiene demasiada diarrea- Las pobres doncellas estuvieron vomitando una semana entera.
Si bien los piratas veían con buenos ojos hacer sus necesidades por la borda, los peces no opinaban lo mismo. Se podría decir que algunas especies comenzaron su extinción por aquellos días. Sin embargo eso no era lo peor. Tampoco había lavaderos de ropa y por consiguiente mucho menos, cambios de vestuario. Esto por supuesto incluía la ropa interior, así que durante los meses que duraban sus travesías, utilizaban la misma vestimenta, la cual durante los últimos días del viaje, ya servía también como armadura, por su rigidez.
Por aquellos años, los barcos de los piratas eran muy fáciles de distinguir, ya que solían izar una bandera roja o negra, según la ocasión. Las primeras banderas se creen que fueron rojas, recordando la sangre que derramarían si el adversario no se entregaba. Aunque después fueron habituales también las negras, que son las que se han popularizado más.
El barque de Malapata, utilizaban la negra con una calavera en el centro, para infundir mayor temor en sus enemigos, y si viajaban doncellas en el navío, una vez por mes izaban la bandera roja.
Justamente a raíz de esos días de banderas rojas, se produjeron distintos altercados entre los marineros, lo que llevó a Malapata a tomar la determinación de no viajar más con mujeres a bordo, para evitar confrontaciones.
Cuando los viajes eran cortos, no había mayores inconvenientes. Pero si su extensión superaba los cinco meses, ahí la situación se tornaba tensa. Tan tensa que la cubierta del barco comenzaba a llenarse de monedas de oro, que se les iban cayendo a los marineros mientras trabajaban. Quedaba claro que nadie se animaría a agacharse para levantarlas, y mucho menos a dormir por un rato. El único que se sentía a salvo era el marinero castigado, que subido al carajo se encontraba alejado de todos arriba del palo mayor. Pero en la borda y en los dormitorios todo era una nerviosa espera, con la esperanza de que alguien se dormitase.
Malapata tomó conciencia de ésta situación, después que cinco de los marineros comenzaron a mirarlo con dulzura y más de uno le guiñaba un ojo. Decidió entonces salir en busca del barco que transportaba a la Princesa, quien -según decían- además de muchas de sus damas de compañía, traía consigo un gran tesoro oculto. Lo que Malapata desconocía era quién llevaba el tesoro oculto, si el barco, las damas de compañía o la Princesa.
Pero no lo pensó mucho y se lanzaron a la búsqueda de aquel ansiado barco. Mucho más rápido aún, cuando Malapata oteando el horizonte en el punta más extrema de la embarcación, entre los maderos de la proa, sintió que el contramaestre lo abrazaba por detrás, mientras le tarareaba románticamente al oído una melodía similar a la de “Titanic”. Levantó abruptamente su pata de palo hacia atrás, pegándole en la entrepierna, por lo que el contramaestre quedó haciendo flexiones durante veinte minutos.
Por suerte para muchos de ellos que ya estaban produciendo testosterona en cubitos, avistaron la embarcación de la Princesa antes de lo esperado. La algarabía fue indescriptible. Saltaron, gritaron, bailaron, y algunos hasta se besaron. Luego de tantas privaciones, de tanta espera, de tanta ansiedad reprimida, llegaba entonces el objetivo más difícil: dejar de besarse y recién entonces, abordar el barco.
Sin embargo los valientes y arrojados piratas lo lograron más rápido de lo que pensaban. En realidad tardaron bastante, pero pensar les costaba mucho más.
Como siempre, luego de un abordaje exitoso, lo primero que hacían eran reportar las bajas. Eran tres. Entre las damas de compañía de la Princesa, había tres petisas. Por las dudas, como no eran muy buenos para las matemáticas y para no cometer errores, las contaron siete veces. Luego, como indicaba el protocolo de aquellos arrojados piratas, debían llevarlas hasta el trampolín de cubierta para arrojarlas al mar. Ellas no se negaron y se zambulleron en la inmensidad del océano, una a una sin decir una palabra. Y luego otra vez, y otra, y otra, y otra, hasta que alguien les recordó que no debían subir de nuevo al barco. Ellas no los comprendían por no hablar el idioma... ni de ellos ni de ellas, ya que eran mudas. Entonces los piratas dejaron de ser arrojados, y decidieron dejarlas en el barco, por un lado porque de tanto que se habían tirado al mar, las petisas ya estaban casi sin ropas, lo que dejaba al descubierto lo apetecibles que estaban, y por otro lado fueron muchos meses de dura, muy dura espera como para andar discriminando por diez centímetros más o menos.
Mientras tanto Malapata se encontraba ajeno por completo a todo ésto. Estaba absolutamente embelesado, absorto, arrobado, cautivado, hechizado, seducido y hasta fascinado con la belleza de la Princesa, tanto que sin darse cuenta, había levantado su pierna buena, sosteniéndose tan sólo con la de palo casi como si estuviera levitando. La princesa también quedó impresionada al ver al capitán sosteniéndose al palo. Se encendió entonces entre ellos, un potente fuego de pasión y sus ojos entrecruzaron fuertes chispazos de deseo, con los que tuvieron que tener mucho cuidado, ya que Malapata tenía casi medio cuerpo de madera.
Tuvieron a partir de ese momento un extenso romance, que los iba consumiendo lentamente en excitación, hasta que por fin pudieron concretarlo. Fueron casi quince interminables segundos. Cuando finalmente sus cuerpos se juntaron (o lo que quedaba del de Malapata) éste encontró el tesoro de la Princesa del que tanto se hablaba: ella también había tenido un accidente montando a caballo, cuando su rígida montura se partió al medio y las partes íntimas de la Princesa tuvieron que ser reconstruídas... con madera terciada.
Una vez ya en el camarote del capitán, comenzaron a prodigarse en caricias y tan sólo tuvieron que tomar la precaución de no frotarse demasiado para no incendiarse. Ella empezó entonces a dispersar diminutas partículas de transpiración producto de su excitación, él igual pero de fogosidad e impaciencia, y entre ambos, aserrín.
Fue un amor como pocos, que si bien no duró mucho porque la vida de casados los fue deshaciendo en astillas, tuvieron al menos como premio, el fruto de su amor.
Nunca más se habló de ellos. Ni de la princesa ni de Malapata. Ella por haber sido la renegada hija de un rey, que abandonó todo por seguir a un pirata, y él porque era de madera. La historia tan sólo habló del padre de Malapata que fue en definitiva quién crió al hijo de aquella pareja, y por supuesto también, del adorado niño: el pequeño Pinocho.

H.D.M.

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