viernes, 7 de agosto de 2020

EL ORIGEN DEL BIDÉT

El marqués de Argenson y ministro del monarca francés Luis XV, René Louis de Voyer de Paulmy relató en sus memorias una curiosa escena: un día, al ser recibido en audiencia por Madame de Prie, se la encontró sentada a horcajadas en un curioso mueble en el que se disponía a lavarse sus partes íntimas, al parecer al mismo tiempo que hablaba con él.
Esa es la primera mención escrita que se tiene del bidé, un instrumento cuyo uso se considera bastante más antiguo y sobre cuyos orígenes no hay consenso, aunque se sitúan en la Edad Media.

El nombre proviene del francés antiguo bidet, un tipo de caballo pequeño parecido a un poni, hoy extinto, que usaban las damas y niños de la nobleza para sus paseos; y hace referencia a la posición en la que hay que sentarse, igual que cuando se cabalga.
Su función más obvia es la higiene íntima, como complemento al baño: en una época donde tener bañera era un privilegio incluso entre la nobleza y el grueso de la población tenía que conformarse con corrientes naturales, servía para limpiar las partes más olorosas del cuerpo los días en los que no podían bañarse.

Pero más allá de la higiene corporal, el bidé tenía otra función igual de importante: la de método anticonceptivo, que si bien era de dudosa eficacia, era lo máximo que se podía esperar.
Este habría podido ser, incluso, su uso original: las prostitutas usaban recipientes parecidos para limpiarse después de tener relaciones, esperando evitar embarazos y enfermedades venéreas.

A pesar de este posible origen humilde, durante el siglo XVIII el bidé se popularizó entre las nobles, primero en Francia y en Italia y más adelante en otros países del sur de Europa. Para las mujeres que tenían una relación extramatrimonial (estuvieran casadas o no), era un modo de limitar el riesgo de quedar embarazadas de sus amantes; y para las casadas, una manera de evitar contagios a causa de las aventuras de sus maridos. Su uso anticonceptivo no era ningún secreto: a la reina de Nápoles María Carolina de Habsburgo-Lorena, que quiso instalar uno en su palacio de Caserta, le hicieron notar que eso podía darle mala fama ya que se trataba de un “instrumento de meretriz”, advertencia que ella ignoró.

El éxito del bidé en realidad duró menos de dos siglos, ya que su difusión entre la mayoría de la población fue casi a la par con la ducha, que suplía mejor su función higiénica. Solo en la segunda mitad del siglo XIX empezó a haber instalaciones para agua corriente en las casas, y no se generalizarían hasta el XX. Para entonces, el uso del bidé había estado tan restringido que la mayoría de la población simplemente no le veía la utilidad -a pesar de lo cual algunos países, como Italia o Portugal, hicieron obligatoria su instalación en los baños-.

Pero a lo largo de su relativamente breve historia el bidé fue a menudo objeto de polémica, precisamente por su uso anticonceptivo.
Su presencia parecía sugerir una vida lujuriosa por parte de sus propietarias, como le señalaron a la reina de Nápoles, y en los burdeles era el único mueble del que disponían las prostitutas además de la cama.
La Iglesia criticaba ferozmente su uso, sugiriendo incluso que se usaba para practicar abortos.

Otros le dieron usos más inventivos: haciendo honor al origen del nombre -los caballos bidet-, Napoleón lo usaba para aliviar el escozor en las posaderas y los muslos después de cabalgar. Lo valoraba tanto que incluso le dejó en herencia a su hijo su preciado bidé rojo, lo que dio una enorme publicidad al utensilio y aumentó inmediatamente su popularidad entre la nobleza francesa.

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