Estoy casi seguro que debe tener más
que ver con la desesperación y el hartazgo que con la estupidez, aunque cuando
las dos primeras tallan hondo, la última se les simbiotiza.
Cada día -por no decir cada hora-
veo en las redes sociales imágenes de habitaciones inundadas de dólares por
todos los rincones, o tremendo fajos de billetes apilados, o cantidades
descomunales de monedas de oro, publicadas por gente que no hace más que
repetir la famosa cadena del “por las dudas”, creyendo que puede llegar a ser
posible que publicando esas fotos van a dejar de ser económicamente pobres.
Si se pusieran a analizar (no digo
mucho, apenas unos minutos) sobre eso: ¿Realmente creen que publicando eso en
una red social, pueden llegar a tener fortuna y tanto dinero? ¿Tan sólo por el
hecho de publicarlo? No se olviden que si bien es cierto que aquel que trabaja
incansablemente, no tiene tiempo para hacer dinero, no es menos cierto que
publicando esas estupideces tampoco lo va a tener. Si realmente así fuera, estaría publicando a cada
rato fotos de cerebros que funcionan muy bien, pero obviamente no hay fotos que
alcancen para tal quijotada.
En lugar de mantener esas cadenas de
publicaciones para hacerse millonarios, les recomiendo dedicarse a la
política. Pero no a esa real y valedera
que uno hace a cada momento desde su pequeño pero importante lugar de la
vida. No. Me refiero a la del partidismo
interesado. Ese, donde es imprescindible
sacar algún rédito y, en lo posible, que sea de mucho dinero. Ese mismo que sirve para llegar a ser
diputado, sindicalista, ministro, senador, o incluso presidente. Ahí sí está la plata grande.
Les dejaría un espacio en blanco
para que cada uno agregue los nombres que conoce, de los corruptos que a través
de la historia se enriquecieron desde la política, el sindicalismo o la banca,
pero no dispongo de tanta memoria en la computadora.
Sin embargo, no seamos
ingenuos. Por más que intentemos cerrar
los ojos, la culpa no es del chancho, sino de quien le da de comer. Si esos políticos están allí, es porque
alguien los puso en ese lugar con su voto.
Tal vez por convicción, tal vez como castigo a los anteriores o quizás
por desesperación, lo cierto es que “alguien” los puso allí.
Me recuerda a esa tortuga que se
encontró arriba de un poste.
Primero: No entenderás cómo llegó ahí. Segundo: No
podrás creer que esté ahí. Tercero: Sabrás que no pudo haber subido sólita ahí.
Cuarto: Estarás seguro que no debería estar ahí. Quinto: Serás consciente que
no va a hacer nada útil mientras esté ahí. Entonces lo único sensato sería
ayudarla a bajar.
Es cierto también que es mucho mejor
que los hayamos puesto nosotros y no “una junta de tres” que se arroguen ese
derecho, pero hasta que llegue el momento de volver a votar y poner a “los
mismos” o a “otros” en su lugar, sería bueno ponerse a pensar en lo real y
dejar de soñar que el azar o una foto de dinero en una red social puede cambiar
nuestro destino. Antes de votar hay que
pensar y repensar. Y aquí viene
nuevamente la desesperación. La gran
duda que nos parió en cada votación en la que participamos: ¿Estaremos haciendo
lo correcto? ¿Y si no funciona? ¿Y si es más de lo mismo?
En fin, juro, aseguro y prometo
solemnemente, que pensar no duele. Pero
quizás si comenzamos a pensar un poco más en todos, en lugar de pensar sólo en
nosotros mismos, tal vez, simplemente quizás, estaremos empezando a cambiar
algunas cosas que son las que realmente importan. Pensar en el bienestar de todos en lugar del
de uno mismo, es más difícil que barrer una escalera para arriba, caminando
hacia atrás y en chancletas, lo sé. Pero
si ya perdimos tanto sin intentarlo, ¿No sería bueno arriesgar un poquito más y
empezar de una vez? Al menos de la otra forma -a través de la historia-, quedó
comprobado que así como lo hicimos, no sirvió, no sirve y obviamente no servirá
tampoco.
Y por qué no, si logramos pensar por
nosotros mismos, sin ninguna necesidad de publicar billetes o monedad de oro
para que nos llegue la fortuna, entonces sí, tal vez un día, podremos ser
pobres de verdad.
Un sólo día, porque esto de serlo
todos los días, ya cansa.
H.D.M.
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