domingo, 10 de enero de 2021

EL DURO OFICIO DEL ACTOR EN EL IMPERIO ROMANO (“Nada ha cambiado y sin embargo todo existe de otra manera” Jean Paul Sartre)

Conjuntamente con Roma, apareció también en aquel entonces la figura del empresario, que pagaba a los actores y autores, y que cobraba una entrada al público. 

Sólo cuando el Estado se hacía cargo de los espectáculos teatrales, pasaba a ser gratuito (para el público). 

(Comenzamos con las similitudes con la actualidad)

Recibían dinero por sus actuaciones, pero los salarios variaban sustancialmente en función de la fama de cada uno de ellos y muchos apenas si lograban sobrevivir con su trabajo. (¿Les suena conocido?)

¿Qué se esperaba de un buen actor en aquel momento? Pues, al tener el rostro cubierto por la máscara, no interesaba como hoy, lo relacionado con la expresión facial. Lo importante era la expresión corporal.  El actor debía ser un gran bailarín que siguiese el ritmo de la música, pero por sobre todo, que utilizase un latín claro disponiendo de una gran fuerza vocal, para que lo que decía, llegase perfectamente a oídos del numeroso público. 

A pesar de todo ello y de estos requerimientos indispensables, en la época del imperio romano el actor perdía dignidad y no estaba considerado como un  ciudadano de primer orden. 

En Roma, desde el principio, la actuación era un trabajo de profesionales. 

Pero el oficio de actor estaba mal considerado ya que únicamente los esclavos o los libertos solían trabajar en el mundo del teatro, incluyendo el oficio de escritor de dramas y comedias (nada nuevo bajo el sol). 

La ley determinaba que el ser actor era causal de limitación de la capacidad jurídica de un individuo y por eso los actores carecían de derechos civiles. (Llámese hoy en día “trabajador esencial”, porque para algunos gobernantes, parece que la cultura -y sobre todo el teatro- no lo es)

 La palabra “histrión” era el término de origen etrusco con el que los romanos denominaban a los actores y que siempre fue utilizado con un sentido despectivo.

La condición propia de los actores no inspiraba demasiado respeto, porque como dijimos, generalmente se trataba de esclavos o de libertos y constituían un grupo marginal y mal considerado. En su descargo y en el de sus amos hay que decir que tenían una formación y una educación esmeradas. Durante el bajo imperio, se dio como novedad la aparición de las actrices (pero solo en el mimo).

El público se comportaba, muchas veces, de forma tumultuosa y grosera: prefería, por lo general, los espectáculos picantes y subidos de tono a las obras literarias. 

A menudo también ocurrían incidentes, donde los actores que no gustaban, eran bajados de escena y hasta golpeados.  

Tácito cuenta que durante el mandato de Tiberio, se votaron multitud de medidas sobre el salario de los actores y sobre la represión de los excesos de sus partidarios. Se prohibió por ejemplo a los senadores, que llevasen a sus casas a algunas pantomimas (¿Les suena conocido también?), o que se las escoltase en la calle, o que se les permitiese actuar fuera del teatro, y se autorizó a los pretores a castigar con el exilio la conducta escandalosa de los espectadores.

En Roma, se sabe por el historiador Salustio, que durante determinadas fiestas, quien encontrara un actor por la calle podía matarlo impunemente, y que también un actor fue condenado a muerte por señalar desde el escenario la grada donde estaba un patricio.  

Del mismo modo, ya que mencionamos excesos, Suetonio relata un hecho que sucedió con uno de los actores de la “atelana” (una farsa popular satírica, muy popular de la época), y es que éste criticó duramente a Calígula.   

Se hizo un silencio sepulcral y luego de una breve pausa, el emperador como castigo, lo hizo quemar vivo en el anfiteatro. (Tal vez no recordó que había que tenerle miedo a Dios… y también un poquito a Calígula).

Hubo también, notables excepciones, como por ejemplo Nerón, quien no sólo amaba a los actores  -en todo sentido- sino que además participó en unas cuantas  representaciones en calidad de mimo, pero a diferencia de lo que muchos creen, él prefería la cítara.  (La que le tocaba la lira era Popea, su mujer.)

Sin embargo, y a pesar de todas estas consideraciones adversas que sufrían la gran mayoría de los profesionales del arte, algunos actores se encontraban protegidos por el emperador de turno llegando a tener fama y mucho dinero. 

Como escribí alguna vez en la comedia "Lotería": "Nada nuevo bajo el destellar de los astros")

A veces parece -al menos con respecto a los actores-, que la historia siempre se repite y que del Imperio Romano para acá, casi nada ha cambiado!!!

H.D.M.

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