jueves, 25 de diciembre de 2014

"Hacía mucho que no lo hacía"


Aunque me de un poco de vergüenza, debo confesar que hacía mucho que no lo hacía.  Al principio creí que me resultaría bastante más fácil y me dispuse a hacerlo como cualquiera de las tantas veces que lo hice, sin pensar en los cómo, los porqué o los cuándo.  Simplemente lo hacía y listo.
Siempre he tenido la suficiente práctica al respecto, pero obviamente el paso, el peso, el piso y el pozo de los años, con todas las pérdidas que esto implica (falta de firmeza y de vista, capacidad de concentración, algo de desinterés y un poco fuera de estado físico -que siempre influye-) fueron mermando aquella capacidad innata, casi sin que me diera cuenta, hasta encontrarme ahora frente a un verdadero problema, que comenzaba a tornarse angustioso.
No podría decir que se me escapaba de los dedos, porque tampoco era tan chiquito, pero la dificultad para meterlo comenzó a convertirse en inquietante.  Intenté asirlo con las dos manos, pero también resultó imposible.  Estaba demasiado laxo y flácido como para sostenerse erecto.  Mojé la punta con saliva creyendo que con dicha lubricación y una intensa fricción manual, sería  suficiente para que se mantenga erguido, pero tampoco resultó.  Le eché la culpa también a la falta de luz, pero sabido es que en esos casos son sólo excusas, a menos que uno esté absolutamente a oscuras.  Y aún así, de joven, yo mismo lo había logrado varias veces y hasta casi dormido.
Me pregunté también si no se debería a que la apertura a la que me enfrentaba no sería lo suficientemente grande en relación a lo que tenía entre mis manos, pero lo desestimé de inmediato. Aquello que sostenía yo lo conocía de memoria.  Nunca fue tan grande y no tenía porqué crecer justo ahora.  Debía empezar a reconocerlo: era pura incapacidad de mi parte.
Comencé a transpirar por lo que la tarea resultaba aún más problemática, ya que por culpa de dicha humedad todo se resbalaba de mis manos.
Lo intenté de muchas maneras y en todas las posiciones posibles, hacia arriba, hacia abajo, de costado, pero no había caso, no entraba.
Mi desesperación iba en aumento y la exigencia se agigantaba: era necesario acabar, mientras la angustia se apoderaba de mí, casi hasta el llanto.
Lamenté mucho no haber seguido practicando durante éste último tiempo.  Ahora estaba pagando las consecuencias y la vergüenza me invadía.  Ya no era capaz.  No podía introducir ni siquiera la puntita.
Estaba a punto de darme por vencido, cuando en uno de los últimos intentos, lo logré.  La satisfacción fue indescriptible.  Una intensa sensación de éxito me dominó por completo y hasta podría decir que disfruté con cada uno de los movimientos de balanceo y mecimiento, en un ir y venir de regular oscilación posterior, hasta acabar por completo.
Eso si, tomé todos los recaudos y cuidados necesarios para que no vuelva a salirse, y lo hice con suma meticulosidad y esmero, muy lentamente, ya que nuevamente todo desde el principio me hubiese resultado imposible.
Me sentí realmente orgulloso de mí mismo.  Pese a que hacía mucho que no lo hacía, pese a la edad,  a la presión del momento, a los contratiempos y pese a todo, finalmente logré enhebrar la aguja con el hilo, coser el botón e irme a trabajar.  

H.D.M.

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