Una historia de asesinatos, que por
culpa de las autoridades que lo liberaban, se siguió repitiendo.
(Algo que ya no ocurre en la actualidad, no?)
(Algo que ya no ocurre en la actualidad, no?)
Cayetano Santos Godino (Buenos
Aires; 31 de octubre de 1896 – penal de Ushuaia; 15 de noviembre de 1944), más
conocido por su apodo El Petiso Orejudo o su seudónimo Leandro Ajalla, fue un
joven asesino en serie, uno de los mayores sociópatas de la historia argentina,
ya que a principios del siglo XX fue responsable de la muerte de cuatro niños,
siete intentos de asesinato y el incendio de siete edificios.
Pocos asesinos comenzaron su carrera
criminal siendo infantes; este chico cometió su primer homicidio cuando tenía 9
años.
De padres italianos, Cayetano nació
en Buenos Aires Argentina (1896), en una casa pequeña, sin comida ni luz, un
padre abusador y una madre sin mucho carácter, ya cansado de la negligencia y
los abusos constantes, Godino decide abandonar la escuela a los 5 años y
alejarse de sus despiadados progenitores para probar suerte en las calles.
A los 7 años, ya era todo un pillo
sometido por la dureza del mundo, un ladrón y estafador de primera, es ahí
cuando decide llevar a la realidad los ataques que llevaba años maquinando en
su mente. Lleva a Miguel Depaoli, un bebé de casi dos años, a un sitio baldío para
golpearlo en la cabeza con una vara metálica, un policía ve la escena y se
lleva a ambos niños a la comisaría. Los dos fueron entregados a sus familias,
los padres de Cayetano reaccionaron con la misma indiferencia de siempre y éste
volvió a huir de casa.
No era muy inteligente y actuaba
impulsivamente con niños al azar, por lo que sus primeros crímenes (que se cree
que no fueron solo dos) no cumplieron en objetivo, a los 8 años deja caer una
enorme piedra sobre la cabeza a Ana Neri, de 18 meses: es detenido otra vez y
se escapa de la comisaría mientras la policía intentaba contactar a sus padres.
En el año 1906 Cayetano debutaría
como homicida, con 9 años golpeó hasta la muerte a María Rosa Face, de tres
años de edad. Lo curioso del caso es que
logró salir impune, pues las autoridades evidentemente ya había olvidado la
similitud entre los altercados pasados y este homicidio, además de que ni
siquiera la peculiar apariencia del Petiso los hizo recordar que hace apenas un
año había estado ahí y de les había escapado.
Sin ambargo, su sed de sangre no
acababa tan fácil con encarl¿celamientos o amenazas, ya que días después, fue
sorprendido tratando de ahogar a un niño de dos años y más tarde, con un
cigarro le quema los párpados y globos oculares a Julio Botte, de 22 meses.
Impune de todas su fechorías gracias
a la incompetencia de las autoridades, son sus padres los que eventualmente
empiezan a rogar a la policía para que lo ingresen a la cárcel debido al miedo
constante a ser víctimas de su violencia y sadismo, es decir, a que regresara
por venganza.
La policía se apiada de ellos y
Santos es enviado a una correccional de la cual sale dos años después, más
violento y peligroso que antes.
En 1912 recién salido de la
correccional, Santos desata en una espiral de violencia, donde mezcla sus dos
grandes “pasiones”: matar y la que descubriera en el correccional, el fuego.
Incendia una bodega y un total de 7
edificios. Enceguecido por su sed de sangre, asesina a Arturo Laurora, de 13
años; a Reyna Vaínicoff, de cinco años, y a Gesualdo Giordano, de 3 años. Trata
de matar a otros infantes y apuñala hasta la muerte a una yegua embarazada.
El 4 de diciembre de 1912, Santos es
finalmente detenido. Frente a la policía reconoce solo cuatro asesinatos y un
sin número de intentos de asesinato.
Por su edad (16 años), el juez
dictaminó que era culpable pero se apiadó y lo mandó a un centro médico para
enfermos mentales. Grave error. En los primeros días en el hospital trató de
matar a dos personas más: dos inválidos.
Fue enviado de inmediato a la
Penitenciería Nacional. Pasó por varios centros carcelarios, donde soportó
constantes abusos sexuales y acoso dada su imposibilidad de establecer vínculos
con la gente y su apariencia caricaturesca.
En 1927, un grupo de médicos le
efectuó una cirugía estética para achicarle las orejas, pues creían que ahí
radicaba su incontrolable maldad. Obviamente, la operación no arrojó los
estúpidos efectos esperados por los profesionales.
A los 17 años fue enviado a prisión
y pasó ahí el resto de su vida, a los 48 falleció asesinado en la cárcel. Fue
golpeado hasta la muerte por un denso grupo de reclusos, luego de que Santos
asesinara a un gato que era la mascota de todos los reos.
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