En el siglo XVII, los indios
lakotas, junto con otras tribus de la familia sioux, se instalaron en las
grandes llanuras de lo que hoy es Estados Unidos, en los actuales estados de
Dakota del Norte y Dakota del Sur. Allí adoptaron una vida nómada, con una
economía basada en la caza del bisonte. En invierno vivían en pequeños grupos o
familias para resistir mejor el frío y encontrar comida y cobijo con más
facilidad, mientras que en verano se reunían en las zonas fértiles para cazar
búfalos, celebrar ceremonias religiosas y festivas, comerciar y resolver
conflictos internos.
A mediados del siglo XIX, este modo
de vida se vio amenazado dramáticamente por la imparable expansión de Estados
Unidos hacia el oeste. Colonos en busca de tierras, ganaderos, soldados y
buscadores de oro cambiaron en unos pocos años el paisaje de las Grandes
Llanuras, quebrando el frágil equilibrio económico de las tribus indias y
poniendo a estas ante un trágico dilema: el de lanzarse a una resistencia
armada condenada al fracaso o llegar a acuerdos que suponían su marginación y
amenazaban su supervivencia. Tal fue el caso de los lakotas. En 1865, al
término de la guerra de Secesión americana, el jefe Nube Roja (Red Cloud) se
dedicó durante varios años a atacar los fuertes del ejército establecidos en la
zona, hasta que en 1868 se firmó un tratado por el que se concedía a los indios
un vasto territorio al oeste del río Misuri en el que los colonos no tendrían
derecho a entrar. Además, se creó «una gran reserva india para los sioux» en el
suroeste de Dakota del Sur para aquellos que quisieran abandonar la vida
nómada.
La tregua duró muy poco. Hacia 1875,
los territorios libres de colonos habían ido menguando vertiginosamente, los
búfalos eran cada vez más escasos y muchos de los indios que se habían quedado
en la reserva veían cómo las tierras que les habían concedido para la
agricultura no eran lo bastante fértiles y las provisiones que recibían del
gobierno eran cada vez más exiguas. Además, algunos colonos habían encontrado
cantidades importantes de oro en las Colinas Negras, un territorio considerado
sagrado por los indios, lo que llevó al gobierno estadounidense a crear una
comisión para comprar las Colinas Negras a los indios. Cuando estos se negaron
se decretó que a partir de enero de 1876 todos los sioux deberían recluirse en
la reserva y los que no lo hicieran serían considerados hostiles. Para hacer
cumplir la orden marcharon a la zona tres regimientos al mando del general
Sheridan.
Fue entonces cuando hizo su entrada
en la historia el célebre Toro Sentado (Sitting Bull). A sus 35 años, Thathanka
Iyotake, como en realidad se llamaba en lengua lakota, era ya un guerrero
experimentado. Tras hacer sus primeras armas a los 14 años, había destacado en
las campañas de Nube Roja entre 1866 y 1868, momento en que se convirtió en
jefe principal de los lakotas. Su actitud frente a Estados Unidos la resumió él
mismo más tarde: «Nunca enseñé a mi pueblo a confiar en los americanos. Les he
dicho la verdad, que los americanos son grandes embusteros. Nunca he negociado
con los americanos. ¿Por qué debería? La tierra pertenecía a mi pueblo». Por
ello, en 1876, Toro Sentado no dudó en rechazar la orden de reclusión en la
reserva y, junto con otros guerreros, como Caballo Loco, declaró la guerra al
ejército de Estados Unidos.
En el verano de 1876, Toro Sentado
se estableció en una zona fértil junto al río Little Bighorn, donde reunió a
unos 7.500 indios. Allí ejecutaron la llamada danza del Sol, una ceremonia
religiosa compuesta de rituales que duraban varios días. En su curso, Toro
Sentado comunicó a los demás miembros de la tribu una visión que había tenido
(su prestigio como líder se basaba también en sus dotes de profeta): llegarían
soldados tan numerosos como saltamontes, con los pies arriba y la cabeza abajo,
y la nación sioux acabaría con ellos.
“Nunca he negociado con los
americanos. La tierra pertenece a mi pueblo”, dijo Toro Sentado
Efectivamente, a los pocos días
apareció frente al campamento indio un regimiento estadounidense: el célebre
Séptimo de Caballería, comandado por el general Custer (en realidad teniente
coronel), un héroe de la guerra de Secesión americana (1861-1865). Custer tenía
experiencia en la guerra con los indios, a los que siempre había batido
fácilmente. Pero en esta ocasión no se percató de la notable superioridad de
efectivos de los sioux, que tenían al menos 1.500 guerreros frente a los apenas
630 soldados y oficiales a su mando. Además, Custer dividió su regimiento en tres
batallones y los lanzó a la carga por puntos diferentes, debilitando así su
ofensiva. Los indios, que estaban en su terreno y dispuestos a defender a sus
familias hasta la muerte y contaban además con rifles de repetición, no sólo
repelieron el ataque, sino que lograron acorralar al batallón de Custer y
aniquilaron a sus doscientos integrantes tras una encarnizada lucha.
La profecía de victoria de Toro
Sentado se había hecho realidad, pero en la práctica la batalla de Little
Bighorn supuso el final de las tribus sioux. La derrota de las tropas de Custer
conmovió y escandalizó a la opinión pública estadounidense, y el gobierno mandó
un ejército mucho más numeroso y mejor pertrechado para aplastar a los
rebeldes. Toro Sentado no quiso rendirse y en 1877 huyó con los suyos a Canadá.
Allí permanecieron en paz durante cuatro años, pero los inviernos eran incluso
más duros que en los territorios de las dos Dakotas y los cerca de doscientos
sioux que habían seguido a su líder necesitaron de la caridad para su
supervivencia. En 1881, Toro Sentado regresó a Estados Unidos para rendirse.
«Quisiera ser recordado como el último indio de mi tribu que entrega su rifle»,
declaró.
Junto a sus seguidores, Toro Sentado
fijó su residencia en la reserva de Standing Rock, donde se vio sometido a una
estrecha vigilancia por parte del oficial al mando del lugar, James McLaughlin,
que seguía viéndolo como una amenaza. Pese a ello, en varias ocasiones actuó
como representante de su pueblo, y aunque no tuvo éxito en sus intentos de
impedir la venta de las tierras indias era tratado con el respeto y la
admiración que merecía el hombre que había derrotado al ejército de Estados
Unidos. En 1885, el célebre Buffalo Bill le ofreció participar en El salvaje
Oeste, un espectáculo que incluía toda clase de atracciones relacionadas con
las guerras indias y la vida en las praderas. El antiguo jefe sioux pasó cuatro
meses actuando con Buffalo Bill. Debió de ser un período feliz para él:
acompañado de cinco hombres y tres mujeres, además de un intérprete, se le pagó
bien, entabló amistad con sus compañeros de reparto y pudo apreciar el respeto
y la admiración de los espectadores.
De vuelta a la reserva de Standing
Rock, Toro Sentado se vio envuelto en un episodio que trastornó de nuevo la
vida de los indios. Muchos de ellos empezaron a creer que si bailaban
correctamente la llamada Danza de los Espíritus conseguirían que los colonos
abandonaran sus tierras y los espíritus de los indios más célebres volverían a
este mundo para luchar contra el invasor. A sus 59 años, Toro Sentado vio una
esperanza en este movimiento, lo que puso en alerta a McLaughlin.
Una mañana, la policía india de la
reserva fue a su cabaña para arrestarlo. Toro Sentado no opuso resistencia,
pero sus amigos y vecinos acudieron a defenderle provocando así una reyerta en
la que uno de los policías indios mató al antiguo líder. De este modo se hizo
realidad otra de las profecías de Toro Sentado: el jefe indio había anunciado
que sería asesinado por indios sioux.
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