"La suerte está echada"
Luego de salir airoso de la
Guerra de las Galias, Cayo Julio César (100-44 AC) intentó retornar a Roma,
pero se encontró con la fuerte oposición del Senado, cuyos miembros querían
mantenerlo alejado del poder. Al cabo de algunas negociaciones infructuosas, no
le quedó otra alternativa que dirigirse a la actual capital italiana.
En su
camino hacia la metrópoli, luego de cruzar el río Rubicón, habría dicho aquella
inmortal frase. En las puertas de la ciudad lo espera su antiguo compañero de
aventuras, Pompeyo (106-48 AC), otro célebre romano, para protagonizar una
encarnizada lucha que dejaría a Julio César el mando del formidable territorio
conquistado y gobernado por los romanos. Hoy la expresión se utiliza cuando uno
sabe que las decisiones o las acciones han llegado a una instancia en la que ya
no hay marcha atrás. Algún erudito, alguno que se la aprendió en la universidad
y otros que quieren lucirse, suelen decirla en latín: “Alea iacta est”.
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