"No todos los hombres (sobre
todo los más inteligentes) comparten la opinión de que es malo educar a las
mujeres. Pero es cierto que muchos hombres estúpidos lo afirman, ya que no les
gusta que las mujeres sepan más que ellos", sostenía.
Christine de Pisan (Venecia, 1364 –
Monasterio de Poissy, hacia 1430) fue una filósofa, poeta humanista y
escritora. Su obra más conocida es La ciudad de las damas (1405), considerada
por algunas autoras como precursora del feminismo occidental y se sitúa en el
inicio de la llamada querella de las mujeres, un debate literario surgido en
torno a la situación de las mujeres y su defensa frente a la situación de
subordinación que marcaba la época
A mediados del siglo XIV vivía en
Venecia un médico originario de Bolonia, llamado Tommaso da Pizzano.
Reconocido como estudioso y hombre sabio, llegó a ocupar el cargo de consejero
de la Serenísima. Tommaso era un astrólogo reputado en toda Europa, hasta el
punto de que dos monarcas europeos lo invitaron a prestar sus servicios: Carlos
V, rey de Francia, y Luis el Grande, rey de Hungría. Quizás fue la
reputación de intelectual y de amante de la cultura del rey Carlos lo que
convenció a Tommaso de viajar a su corte. Su decisión fue acertada: lo
recibieron con todos los honores y durante años gozó en Francia de una
excelente posición económica y social.
Tommaso llegó junto a toda su
familia, su esposa y sus tres hijos: Cristina, Paolo y Aghinolfo, nacidos todos
en Venecia. Hombre de mente abierta, Tommaso se opuso a las opiniones más
tradicionales de su esposa y decidió proporcionar una educación formal no
sólo a sus hijos varones, sino también a su primogénita. Así, Christine,
además de aprender a leer y a escribir, recibió lecciones de historia,
filosofía y medicina. Con el tiempo también dispuso de libre acceso a la
biblioteca del palacio real del Louvre, fundada por el propio Carlos V, germen
de la actual Biblioteca Nacional de Francia.
Desde muy joven, Christine demostró
dotes literarias particulares y compuso canciones y baladas que deleitaban a
los miembros de la corte. Su padre, cada vez más cercano al rey Carlos V, hizo
lo posible para que, al llegar a la edad de casarse, la joven pudiera contraer
un matrimonio ventajoso. En 1380, a los 15 años, Christine se casó con
Étienne de Castel, notario y secretario del rey, al que Tommaso eligió tanto
por su posición como por su carácter. Y tenía razón al alentar la unión de
ambos jóvenes. Fue un matrimonio feliz del que nacieron tres hijos: dos niños
y una niña.
Pero, por desgracia, en pocos años la suerte de Christine
cambió.
En 1380, Carlos V murió y lo
sucedió su hijo, Carlos VI, que apenas había cumplido once años. Francia se
encontraba en plena guerra de los Cien Años y el país no podía ser dirigido
por un niño. El gobierno fue confiado a los cuatro tíos del rey, que tenían
que restituir el poder a su sobrino al cumplir los 14 años. Sin embargo, lo
conservaron hasta que Carlos VI lo recuperó por la fuerza, con 21 años.
A las dificultades públicas se
sumaron las de carácter privado. En efecto, Christine perdió en pocos años a
su padre, que murió en 1387, y a su marido, que falleció en 1390 a causa de
una epidemia. Con 25 años, Christine se encontró viuda, con tres hijos y una
madre a los que cuidar. Sus hermanos no podían ayudarla, porque entretanto
habían regresado a Italia. Las estrecheces económicas la sumieron en una
situación casi desesperada. Parecía que la única solución posible para
Christine era volverse a casar con un hombre que le aportara estabilidad.
Quizá pensaba que no sería feliz
con otro que no fuera Étienne, o quizá no quería depender de nadie, pero
eligió el camino menos convencional: el de enfrentarse por sí misma a la
situación y hacer todo lo posible para asegurar el bienestar económico de su
familia. "Tuve que convertirme en un hombre", escribió sobre su
obligación de mantener a sus hijos y a su madre. Así, al cabo de poco tiempo
se hizo cargo de un taller de escritura, un scriptorium, en el que supervisaba
la labor de los maestros calígrafos, encuadernadores y miniaturistas.
A los 25 años, Christine se encontró
viuda con una madre y tres hijos a los que cuidar y se hizo cargo de un taller
de escritura y siguió escribiendo, tareas tradicionalmente encomendadas a los
hombres
En su tiempo libre, sin embargo,
seguía escribiendo. Consciente de que su situación era precaria, envió
baladas y sonetos a todos los personajes influyentes de la época. Apreciados
por todos los que los leían, sus textos le depararon jugosas recompensas por
parte de sus patronos y se convirtieron pronto en su único sustento. En
consecuencia, su producción literaria aumentó y su nombre se hizo famoso en
toda Europa. En solo dos años compuso El libro de las cien baladas y recibió
encargos de Felipe II de Borgoña y Juan de Valois, los hermanos del soberano,
e incluso de la reina consorte Isabel de Baviera.
Por entonces, a principios de 1400,
Christine participó en uno de los debates más célebres de la historia
literaria francesa: la llamada Querelle de la Rose. El centro de la polémica
era un largo poema alegórico, el Roman de la Rose, escrito casi un siglo antes
y que en algunos pasajes relegaba a la mujer a objeto de deseo que servía
sólo para complacer y satisfacer los instintos masculinos. Christine se
convirtió en portavoz de las críticas a esta obra, lanzando así en la corte
francesa un debate más general sobre la condición de la mujer y su igualdad
con el hombre. En opinión de Christine, la inferioridad femenina en realidad
no era natural, sino cultural. Si las mujeres quedaban relegadas a las cuatro
paredes domésticas y no recibían educación, ¿cómo podían aspirar a los
logros que conseguían los hombres?
Christine insistía en que las
mujeres se veían limitadas por sus dificultades para acceder a la educación en
igualdad con los hombres
"Si fuera habitual mandar a las
niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con método, como se hace con
los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y las sutilezas de
todas las artes y las ciencias tan bien como los hombres", escribió
Christine en el libro La ciudad de las damas (1405), quizá su obra más
conocida. En esa obra, deseosa de demostrar que la falta de formación era el
único límite del género femenino, creó una ciudad ficticia regida por
Razón, Rectitud y Justicia, y habitada sólo por mujeres, damas no por su
sangre sino por su espíritu noble.
Dentro de las murallas de esta
"ciudad de las damas", Christine reunió a mujeres que, con su saber,
su comportamiento o su fe, habían hecho contribuciones significativas al
crecimiento y el desarrollo de la sociedad. Entre ellas estaban la poeta Safo;
Dido y Semíramis, fundadoras de Cartago y Babilonia, o Lucrecia, la matrona
romana que decidió suicidarse tras ser violada por el hijo del último rey
etrusco de Roma. Guerreras, mártires, santas, poetas, científicas o reinas:
Christine reunió a las mujeres de la historia y de la mitología en una ciudad
para demostrar que la opresión del hombre era la única y verdadera causa de
la inferioridad femenina.
Christine escribió sin
interrupción durante años, a menudo sobre el recuerdo de la juventud perdida
y sobre la situación de las viudas, pero también sobre los cambios de la
fortuna, la política y la sociedad. Entre las decenas de textos que produjo,
firmó una biografía de Carlos V encargada por su hermano, Felipe de Borgoña.
Pero la situación política no era nada prometedora. Enrique V de Inglaterra
invadió Francia en 1415, y Christine, que por primera vez no se sentía segura
en París, decidió dejar la ciudad. No se planteó abandonar su país
adoptivo: aunque se definiera como italienne, alejarse de la tierra que la
había acogido desde niña le parecía casi una traición. Así que prefirió
refugiarse en un convento, probablemente en Poissy, donde años antes su hija
había tomado los hábitos. Allí se quedó más de una década.
Cansada y profundamente afectada por
la situación que estaba viviendo el país, dejó de escribir durante un largo
período, y sólo interrumpió su silencio literario para escribir una obra
religiosa y un poema sobre Juana de Arco, el único texto escrito mientras la
doncella de Orleans aún vivía. "El sol volvió a brillar",
escribió Christine a propósito de la irrupción de Juana en 1429. Ella, sin
embargo, se extinguió al año siguiente.
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